Las guitarras, la fe

guitarra

Llevo toda una semana exprimiéndome los sesos con dudas teológicas, probablemente inducidas -o abducidas- por ese «autobús ateo» que se pasea por algunas de nuestras calles y ese contra-autobús que se pasea por otras. Advierto a mis lectores que esta es una entrada llena de preguntas e interrogantes, por lo que aconsejo no leerla a quienes no deseen ahondar en los asuntos graves de la vida.  Me pregunto, por ejemplo, por qué en la mayoría de las iglesias evangélicas de los EE. UU. los coros de los efusivos creyentes «de color» son mayoritariamente femeninos y tendentes a la obesidad. Aunque reconozco que mi mayor duda es la de cómo son capaces estos coros gospel de acompasar las palmaditas girando la cadera todos(/as) a una. En lo referente a la religión mahometana, me pregunto si los musulmanes han realizado ejercicios específicos desde la infancia para contar con esa capacidad (re)flexiva de sus articulaciones, inclinándose arrodillados, manos-arriba, manos-abajo. Aunque reconozco que mi mayor duda gira en torno a la innata capacidad de algunos de ellos para poner la piedra donde atisban a cualquier pecador irredento que se cruce por el camino, tristemente pedregoso. La religión judía me tiene atenazado. Sin duda. Por ejemplo, me pregunto cuánto les cuesta a los ultraortodoxos mantener esos bigudíes y si todos emplean al mismo sastre. Aunque reconozco que me intrigan mucho más los rollitos de papel emparedados en el muro de las lamentaciones (quizá alberguen tiernos deseos, consistentes en el grosor de las bombas caídas en Gaza). En los hare krishna, me pregunto por su extraña habilidad para encontrar aeropuertos en los que cantar de manera alegre y desenfadada. Aunque reconozco que lo que más me intriga es el elevado número de miopes (siempre con gafas de montura pequeña y finita) que campan entre sus calvas filas. De los monjes tibetanos, mis preguntas se deslizan hacia el frío que tienen que pasar con tan exiguas vestiduras, aunque reconozco que me obnubila el cómo logran sacar un sonido de voz profunda a base de tocar un cuerno.

Las religiones, en fin. Qué inmensas dudas. Aunque reconozco que, sobre todos los interrogantes, uno surge, emana, explota desde mi interior, atenaza mis sentidos, extrapola mis perversos deseos hacia las limpias arenas de todos los desiertos. La pregunta tiene que ver con la religión cristiana. Y, sí, amigos, es esta, aquella que todos habéis albergado en vuestros tiernos sentimientos: ¿por qué todos los catequistas son tan enrollados y todos -sin excepción- saben rasgar la guitarra?

(Imagen de Pasotrapaso)

5 comentarios en “Las guitarras, la fe”

  1. Coincido en la gran mayoría de las preguntas que se plantean. A mí las dudas "domésticas", como la de los bigudíes de los rabinos ortodxos, me dan mucho reparo preguntarlas así que siempre tendrán un halo de misterio y magia por ser temas religiosos.

    Afirmo, confirmo y asumo la idea de que los que tocamos la guitarra en el fondo sólo la tocamos para lograr calorcito en invierno y hacer ejercicio en verano, pero como nunca lo conseguimos, nos damos al goce estético. El arte es un reencauce de la frustración sexual, sin lugar a dudas.

  2. Independientemente de que la guitarra es un instrumento muy divino y de que ha generado no pocos dioses, creo que su secreto verdadero es que sirve, ha servido siempre, para ligar. Ya en el medievo los trovadores seducían con sus toques de cuerda a las más castas damas y, en mi juventud, asistíamos con envidia los que no sabíamos más que puntear el Smoke on the water al éxito de atención femenina, al círculo estrellado que formaba el colega guitarrista de turno (siempre había uno en la pandilla) cuando se ponía a tocar. Los seminaristas, hábiles observadores de las técnicas de seducción, incorporaron esta táctica tras las reformas del concilio Vaticano II, que pretendían modernizar la Iglesia para asegurarse estar al día en las técnicas de captación adolescente, la edad mental donde mejor se capta. Así que pronto las melodías de Simon y Garfunkel y hasta de Jesucristo Superstar se incorporaron a las catequesis, y de ahí al culto. No son nadie, los catequistas: tantos siglos de experiencia en el oficio aportan muchísima sabiduría en el arte de ligar.

  3. Jajajaja. Me cargan las guitarritas, pero si tengo que elegir, ante una pandereta, un gong, una trompeta kilometrica, o el zumbido de los rezos en las mezquitas, me quedo con la guitarra. ¡Culturalmente me toca más!

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