Terror y honor

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En esto de la muerte, por aquello de lo irreversible, es conveniente ser cautos y no tomarse las cosas a la ligera. Por eso mismo, tengo que empezar diciendo que la muerte de Rayán, el hijo de Dalila, la mujer fallecida a causa del virus de la gripe A, espanta por  el modo en el que se ha producido y se agiganta por el contexto general de desgracias que ha destrozado para siempre a una familia y, por extensión y como muestra, a un número mucho mayor de personas. Intento ponerme en el lugar de Mohamed y casi no encuentro excusas para calarme al hombro un AK-47 y empezar a pegar tiros de dolor y desesperación a todo dicho viviente.

No puedo hablar de lo que no sé, y menos aún de lo que sé un poquito y de manera incompleta, pero la muerte de Dalila tiene sesgos que invitan a pensar en una pirámide escalonada de errores, visibles o invisibles, que ayudaron al virus a llevarla hacia la tumba. En lo que a la muerte de Rayán, el bebé, la equivocación duele hasta alcanzar lo incomprensible. Una sonda se acopla al sitio equivocado y explota el desastre. Insisto: irreversible.

Tampoco creo que sea hoy el momento ni el lugar para atacar o defender a los médicos y al personal sanitario en general. Sería, en todo caso, más fácil hacer lo primero que lo segundo. Como declaración de intenciones, he de decir que yo, en general, me pongo de parte del personal sanitario. Yo me equivoco todos los días miles de veces. Muchas veces, habré cometido errores importantes y las consecuencias han podido ser importantes (un suspenso puede marcar la vida de un alumno, una décima puede privar de una beca), pero, salvo desconocimiento, mis prácticas deficientes como docente no han conducido nunca a errores letales. Eso se debe a que soy profesor y no un médico o una enfermera. Si lo fuera, igual las cosas no serían lo mismo. Adelanto también que conozco en la carne de mi familia algunos errores médicos casi fatales, así que no hablo de lo que no he vivido. Aunque también sé que he vivido y sobrevivo gracias a la actuación de muchos profesionales a lo largo de mis cuarenta y tres años de vida, lo mismo que muchos integrantes de mi familia. Pese a todo, no comprendo esta muerte de Rayán. Ni siquiera deseo que entre en mi cabeza.

El terror que ha producido esa muerte va a tener consecuencias, así que veremos su medida y sus consecuencias. Pero no me gustaría olvidar, en este caso, el honor. En un mundo –y en un país– en el que nadie es culpable de nada, en el que todo quisque escurre el bulto para esonderlo en una alfombra ya demasiado saturada en sus bajos, es de justicia alabar el reconocimiento del error y del error por parte del director médico del Gregorio Marañón. Lo fácil, lo habitual, hubiera sido empezar a negar culpas o echárselas al maestro armero. Se abrirá una investitgación. Se encontrarán culpables. Rayán no vivirá para contarlo (no hay que olvidarlo ni por un momento), pero alguien con un mínimo de decencia se ha puesto delante de un micrófono y ha reconocido, en un mundo que suele circular por los carriles que van de la hipocresía al cinismo, que una persona en el Gregorio Marañon  la ha cagado como no puede cagarla nadie. Porque era humano y, por lo tanto, suspectible de ser despistado, inútil o imbéci.l En lo humano está su culpa, en lo humano está su penitencia. Olé los cojones de la directiva del Gregorio Marañón, con la que le va a caer encima.

(La imagen de la entrada, de Quino, es digna de ser tomada muy a broma, lo que es equivalente a decir que va muy en serio.)

4 comentarios en “Terror y honor”

  1. No me atrevo a opinar en este asunto. En mi trabajo me equivoco muchísimas veces y soluciono parcheando, pidiendo disculpas, rehaciendo, como sea… trabajo con papeles y son reciclables.

  2. No sé por qué, he pensado más en la enfermera que en el niño o en el padre, y eso que la tragedia para el padre es muy fuerte. Pero esa chica tiene ahora en su interior un drama que seguro la mata por dentro.

  3. ¡Qué desgracia ha recaido sobre esa pobre familia! Cuántos errores en el caso de Dalila y ahora en su hijo (tu le llamas Rayán y en los medios he leido Ryan… lo que me ha sorprendido, la verdad. Me parece Rayán más nombre magrebí que Ryan…). Tantos errores "humanos" NO son de recibo.

    Odio ir al médico y desde que fui al oftalmólogo, te juro que no me siento igual… Besotes, M.

  4. Éste caso es realmente espinoso y dramático. Comparto tu opinión sobre la valentía de la dirección del Hospital al reconocer el error.

    En cuanto al resto de responsabilidades, bueno será dejarlo en manos de la Justicia y que ésta se tome su tiempo, porque en este tipo de asuntos, la celeridad no es buena consejera.

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