Por eso acabamos aquí

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Se ha hablado en Verba volant sobre la enseñanza, a veces con criterios reformistas; casi siempre con matices positivos. Naturalmente, el que uno lleve veinte años ganándose la vida en el oficio tiene algo que ver con esa visión positiva. La profesión es, vacaciones aparte, muy dura en muchos aspectos y es preciso reivindicar las muchas cosas positivas del oficio de enseñar ante la sociedad. Pero hoy, como es viernes, me ha dado la vena canalla y voy a hablar desde otra óptica menos complaciente. Como suele ocurrir últimamente, me ha venido la inspiración gracias a la magistral Californication (tercera temporada, capítulo 11). en un momento de la serie, oímos a uno de los personajes: «Eso es lo bonito de la enseñanza. Ninguno de nosotros puede funcionar en el mundo real, por eso acabamos aquí». Con los debidos matices, tiene más razón que un santo.

Los profesores somos, en muchas ocasiones, unos entes extraños y escurridizos y no tenemos bien engrasados los mecanismos de funcionamiento en el mundo real. Contamos con varios defectos graves. Por ejemplo, siempre nos sentimos superiores en todo a nuestros alumnos, aunque es la inteligencia uno de nuestros aspectos más queridos. Nos creemos más listos que nuestros alumnos y nos gusta aspirar esa falsa superioridad en cada momento. Nos gusta escucharnos. En ocasiones, nos gusta más demostrar que sabemos mucho a conseguir que nuestros alumnos aprendan. Conozco profesores cuyos alumnos, durante años, han tenido tantas notas ínfimas como aprobados: jamás se han parado en repensar su metodología. Alegan falta de trabajo por parte de sus alumnos (lo cual podría ser cierto), pero si a ellos les hubieran aplicado ese nivel de exigencia a esos años seguirían repitiendo bachillerato. Por regla general, somos malos compañeros. No aplicamos en nosotros mismos los valores que queremos inculcar a los demás. Funcionamos bien, mal o regular en las clases pero somos muy poco hábiles, eficaces y constructivos en el trabajo colectivo. Preferimos los alumnos-mueble a los alumnos talentosos pero diferentes. Alabamos más la sumisión mediocre que un talento obtuso. Atendemos poco a las necesidades de los alumnos excelentes y, sin que sea una paradoja, despreciamos el trabajo con los que más lo necesitan. Nos gusta el cotilleo, el cuchicheo y la delación para salvar el culo cuando las cosas vienen mal dadas. Nos formamos poco. Hay muchos profesores que piensan que la titulación y las enseñanzas que tuvimos en tiempos sumamente pretéritos nos avala para un conocimiento universal o perpetuo. Nos apuntamos a los cursillos de formación (que, la verdad sea dicha, suelen ser muy malos) sólo si nos obligan o si dan puntos, pero somos renuentes a aceptar que nos queda mucho por saber y que hay que actualizarse desde el punto de vista del conocimiento, pero también desde el punto de vista pedagógico. Somos cabezotas y persistimos en el error. Pensamos con frecuencia que nuestras asignaturas son más importantes que las demás. Por supuesto, también pensamos que las impartimos mejor que el resto de los mortales. Y, claro está, nos creemos dueños y señores de nuestros exiguos feudos. Por último, como al resto de los mortales, nos gusta el poder. Algunos pasean su cargo (o lo han paseado) como si hubieran ganado la playa de Omaha en el desembarco de Normandía.

Todo lo dicho, en mayor o menor medida, con un rasero o con otro, es aplicable a todos los niveles de la enseñanza. Y eso es lo grave: educamos para vivir en mundo más allá del nuestro y lo hacemos sentados en la poltrona de nuestro minúsculo e insignificante mundo particular. Así les va. Así nos va.

(Imagen de Katie Walbacher)

6 comentarios en “Por eso acabamos aquí”

  1. qué curioso!! "nos gusta el cotilleo, el cuchicheo…"

    Me parece que la sala de profesores es un gallinero tipo tele a las cuatro de la tarde. Se ve que se aburren mucho…

    Saludotes.

  2. Buenos días, profesor Urbina:

    En mis tiempos, nos confesábamos -sacramentalmente- los sábados. Ayer era viernes. Parecía que estaba preparando su exámen de conciencia, por escrito.

    Al final: ¿se autoabsolvió?.

    Saludos.

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