En una silla de la cocina – Fragmentos #31

Santi se ha despertado y, al segundo, tenía los ojos como platos. Santi es una de esas personas que, por regla general, concilia bien el tránsito del pensamiento al sueño y del sueño al despertar. Pero hoy, por encima del sonido del despertador, un pensamiento demasiado intenso pero fugaz le ha aturdido sin que Santi llegase a desentrañar exactamente su significado. Santi se ha levantado de la cama con una tranquilidad fingida, más para comprobar que todo va bien que con la confianza cotidiana. Ha pasado la revisión cotidiana ante el espejo, mirándose de cerca los ojos y, posteriormente, cerrándolos y llevando las puntas del dedo corazón a la nariz con el brazo semiflexionado. Por último, ha decidido dejar el afeitado hasta después del desayuno.

Santi ha encendido la radio y ha cambiado las noticias por la primera emisora de música girando el dial hasta conseguir una recepción perfecta. Una canción de James Morrison ha acompañado a Santi mientras permanecía sentado en una silla de la cocina con el brazo que sujetaba la taza de café apoyado en una pierna cruzada. Santi se ha levantado con aparente decisión, ha fregado la taza y, una vez más, ha jurado en hebreo por haber dado el agua del grifo con demasiada presión. Ha gestionado su correo electrónico mientras se enfrentaba a su dificultosa relación con los intestinos y, por último, ha dejado correr el agua de la ducha hasta que ha alcanzado la temperatura adecuada.

Santi ha salido de la ducha y se ha dado cuenta de que, una vez más, ha dejado la toalla fuera de su alcance. Intenta dejar pocas huellas de humedad en el corto viaje de ida y de retroceso. Hoy Santi ha cambiado el desodorante de aerosol por uno de barra, ya que últimamente sentía un picor muy molesto en las axilas. Se ha rociado desde una distancia prudente una colonia de olor tirando a fresco y agradable y se ha peinado con diligencia. Se ha enfundado unos pantalones vaqueros que necesitan urgentemente un recambio, una camisa de rayas, los calcetines negros y unos zapatos a los que ha tenido que pegar un repaso con una toallita ligeramente humedecida.

Cuando ha cogido las llaves y la cartera y ha llegado al portal, Santi es consciente, por primera vez en la mañana, de que no ha logrado pergeñar ni un solo pensamiento articulado. Santi se ha puesto a andar y ha empezado su jornada. Como todos los días.

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