Dolor de todo lo necesario. Encanto de lo que no existe.

Levantarse de la cama sin tránsito aparente hacia la vigilia. Mirar por la ventana y contemplar un cielo templado que mantiene aún sus dudas. Abrir una ventana y comprobar que existen todavía chorros de frescura por disfrutar. Acercar la cara a un aire que te devuelve caricias. Pasear por la casa sin titubeos. Enfrentarse a la invasión de sabor de un zumo de naranja recién exprimido. Sentir las proteínas de la leche mezclada con un cacao que evidencia que lo amargo puede quedar revestido de dulzura si se procesa del modo conveniente y necesario. Fregar sin ninguna prisa. Prestar atención a los detalles que, otros días, pasan desapercibidos. Abrir el correo electrónico y contemplar unos cuarenta mensajes todavía no mancillados con la vista, todavía no invadidos con la respuesta necesaria. Respirar hondo y percibir que las mañanas transmiten el dolor de todo lo necesario y el encanto de todas las cosas que (todavía) no existen.

(Imagen de Alejandro Groenewold.)

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