Diario de un turista 2011 #4 – Y, por ende, de alejamiento

Una vez instalado el edificio volátil, el turista duda entre la exploración o el descanso. Ante la disyuntiva, una breve mirada a su alrededor le invita a desplegar una silla y sentarse unos minutos. Alza el mentón hacia el cielo, que no aparece nítido sino sobrevelado por la presencia de las frondosas ramas de un árbol. El turista se dice a sí mismo que tiene que aprender a reconocer los árboles. Uno de esos libros de campo, se dice, con ilustraciones del tronco, de las hojas, con fotografías y dibujos. Lo lleva pensando desde años y es uno de esos propósitos que se quedan en eso y que nunca desembocarán en realidades. En la parcela vecina, suena un runrún de música que agita en pequeñas porciones esa tranquilidad. El turista echa un vistazo a las relaciones y diferencias entre los diferentes modos de vivir la paz y el descanso de unos días en pleno contacto con el campo. Comprueba que algunas personas ansían hacer de su estancia una prolongación de su existencia normal y habitual, con todos los pequeños detalles que hacen de sus vacaciones un hogar. Al turista, al contrario, le agrada esa sensación espartana de profesionalidad y, por ende, de alejamiento. Unos días viviendo con lo básico y desde lo básico.. Por un momento, también respira la mezcolanza de distintos preparados culinarios, que le azuzan con unas ganas de comer que tenía olvidadas. El turista siente pereza. Se vuelve a sentar. A lo lejos, unos niños jugando. A lo lejos, la implacable travesía de un tren en su persistente recorrido. En el horizonte, unas briznas de paz para asentarse sobre la tierra.

(La imagen pertenece a mi galería de Flickr.)

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