No somos más tontos porque no queremos

Ayer (día 3 de noviembre) abro el buzón. Como de costumbre, propaganda, pero, también, una carta de mi entidad bancaria. Me extraña ver una, ya que recibo todas las notificaciones a través de la aplicación correspondiente por internet. Sin duda, algo importante, pienso. Y, en efecto, es importante: ¡una comunicación de descubierto! ¡Mi cuenta en números rojos! Solo leer el encabezamiento, me pongo al lado de Papandreu y estoy a punto de pedir el rescate y la benevolencia de Alemania y Francia. Sudo. Me enfrento duramente a mi destino: la cárcel, sin duda; el embargo; risas y miradas de través de los vecinos: «No, si ya decía yo que no parecía trigo limpio…»; el escándalo social.

Todo este sofoco lo vivo en la zona de buzones. Subo con dificultad las escaleras. Entro en caso y me pongo a leer más despacio. El crimen es de una semana: el descubierto es del día 7 octubre y la carta está fechada el día 14. Por lo tanto, la recibo más de quince días después. Y el monto del delito asciende a… ¡0,19 euros! (Y, por cierto, la situación la había regularizado yo hacía muuuuchos días, al verlo en internet).

Ignoro lo que ha costado el inicio del proceso, pero tengo por segura una cosa: no somos más tontos porque no queremos. Y, las entidades bancarias, ocupan un lugar destacado en la escala.

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