Helada por la soledad, congelada por la ausencia – Fragmentos #35

Sheila se encuentra rara esta tarde. Es una sensación extraña en ella, porque Sheila no suele darle excesiva importancia a casi nada: prefiere mirar el mundo con ojos templados, con la distancia que se adquiere al haber vivido demasiado o, como es su caso, al haber vivido demasiado poco. Sheila ha pasado la tarde entera delante del televisor, sin importarle nada más que ir pasando, de cuando en cuando, por el teatrillo selecto de voces agudas e imágenes brillantes que le iba devolviendo, a impulsos, las pulsaciones del mando a distancia. No obstante, Sheila escucha esas voces como un sonido de ambiente y contempla las imágenes como un fondo desvaído sobre el que proyectar sus pensamientos.

Sheila piensa en Nacho. Han pasado unos cuantos meses desde que llegaron las malas noticias sobre la salud de Nacho y Sheila ha intentado estar siempre a su lado, pero Nacho, en esos momentos tan difíciles, estaba distante. Ahora llevaban un tiempo de calma, en el que las cosas se veían mucho mejor cuando se encontraban tan cerca como si no hubiera nada en este mundo que les impidiese separarse de ese abrazo, primero relajado y luego ligeramente espasmódico que les hacía sentirse indefectiblemente unidos. Sheila pensaba que, simplemente, se encontraba en paz con el mundo. Desde hace tres meses, Nacho se comporta de modo diferente. Y lo que le preocupa a Sheila no es esos momentos en los que Nacho hace la guerra por su cuenta, esos prontos en los que decide no estar para nadie y embebecerse en sí mismo. Lo que a Sheila le preocupa es que Nacho no desaparece, sino que se desvanece. Va acortando su presencia con excusas totalmente plausibles: trabajo, obligaciones ineludibles… Y esos acortamientos son pequeñas cuotas de vacío para Sheila.

Sheila no sabe qué pensar. Puede que todas estas circunstancias que Nacho aduce para permanecer en la lejanía sean ciertas e ineludibles. De hecho, Sheila comprueba cada día que Nacho anda liado, preocupado y abrumado. Que tiene poco tiempo. Pero no puede dejar de imaginar que son pequeñas argucias para una ruptura: no pasar directamente del calor al frío, sino que prefiere a la tibieza, como aquella historia de la rana que ya le han contado a Sheila en varios cursos de formación. Sheila no quiere como esa rana, no hervida, en este caso, sino helada por la soledad, congelada por la ausencia.

 

 

(Esta entrada pertenece a la serie Fragmentos para una teoría del caos. La imagen es de Luc De Leeuw.)

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