Terapias de felicidad #2

Hace mucho tiempo, escribí una entrada de lo que iba a ser una serie. O, más que una serie, era un propósito. O más que un propósito, era una tarea. O, quizás, en el fondo lo que quería es tener una estrategia para ser feliz.

Creo que, visto el asunto, me conozco suficientemente como para saber que la felicidad, para mí, ni siquiera es una aspiración, sino que es una ilusión, una ficción. No obstante, una cosa es ser consciente de que nunca voy a alcanzar la felicidad y otra muy distinta el negarse a ver que, cada día, hay algunos destellos que hacen mi vida más soportable.

Por lo tanto, tal y como hice en aquella ocasión, reflejó una lista de momentos apacibles ocurridos ayer dentro de las tormentas:

En mi entrenamiento colectivo con mi equipo de natación, he conseguido un par de momentos de nado subacuático fluido. Al resto de la humanidad le podrá parecer absurdo, pero es uno de los momentos más satisfactorios y bellos cuando uno está debajo del agua.

Ese momento debajo del agua, me ha hecho reflexionar sobre otra circunstancia: en la vida, no siempre es bueno ir con la cabeza levantada. A veces tienes que bajarla y alargar más los brazos.

En medio del marasmo de trabajo y corrección de prácticas, me he encontrado con varias alegrías. Unos cuantos trabajos fuera de serie y unas dosis de momentos emocionantes.

También esto me ha servido para reflexionar que me gusta ser profesor no por lo que pueda yo enseñar, sino por lo que puedo aprender. Y no es una forma de hablar, sino algo de lo que estoy plenamente convencido.

He visto una película, Capitán Phillips, que será perfectamente prescindible en mi vida, pero me ha ayudado a pasar un rato divertido, ajeno a los delirios.

He aparcado pronto el coche y me he quedado dentro hasta acabar de escuchar una de mis canciones favoritas.

He comprado una enorme barra de pan con una pinta estupenda al mismo precio que una normal.

Me ha gustado ir a la compra en bicicleta y volver cargadito o con dos bolsas. El peso, que dado provoca una caída, ha sido el que me ha dado luego estabilidad.

He pensado hoy en el día de ayer, que es, como todos los años, de recuerdo horroroso, pero me he quedado con el brillo de aquellos ojos azules para que sigan alegrando y ejemplificando lo que soy y lo que pienso.

Y, por fin, me doy cuenta de que soy capaz de pensar en diez cosas positivas. No está mal. Es un progreso.

Imagen de Aaron Kalandy

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2 comentarios en “Terapias de felicidad #2”

  1. Sí, tienes razón Koky, es una percepción. Y puede que no nos demos cuenta de los momentos felices si no los pensamos (y nos damos cuenta de lo que hemos disfrutado).

  2. ¡Te parecerá barro! Para mi la felicidad no es tanto un estado como una percepción. Y aunque no te guste reconocerlo (como al viejo cascarrabías no le gusta que lo vean riendo) se te lee bastante feliz.

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