El día en el que conocí a Vladimir Salnikov

Nadador

Fue en verano, aunque no recuerdo el año. Un amigo celebraba una fiesta en su casa y, en una salita, había un televisor encendido. Se celebraba un campeonato de natación (creo que un campeonato mundial, pero podía haber sido también un europeo). Con la furiosa música de la fiesta de fondo, tres personas nos quedamos embobadas disfrutando durante poquito más de quince minutos de la magnífica actuación de Vladimir Salnikov, uno de los grandes nadadores de las carreras de fondo.

Desde ese momento, emocionado, albergué una ilusión, que mantuve en secreto muchos años. Nunca fui a unas clases de natación: aprendí yo solo, a duras penas. Hasta los trece años no supe meter la cabeza en el agua para nadar. A partir de los catorce, me mataba con la razón y con mi propia incapacidad. Pero, algún año más tarde, después de ver a Vladimir Salnikov en una piscina (no sé por qué fue él, podía haber ocurrido con algún otro nadador más rápido, con alguno más famoso, con alguno más carismático), fui a la piscina. Nunca había nadado más de dos largos a crol seguidos. Ese día, hice cinco. Al día siguiente, 15. Al día siguiente, llegué a los 30. Y, al siguiente, conseguí llegar a los 40. Desde ese verano, siempre nadé –muy despacio y muy mal– todos los días durante muchos minutos, horas en algún caso.  Y, mientras tanto, en mis tardes de piscina mis ojos seguían embobados y envidiosos las brazadas de los que se desplazan en el agua con elegancia.

Han transcurrido años (muchos años) con toda esa rutina hasta que llegó un momento, bien pasados los cuarenta, en el que decidí que aspiraba a dar un paso más y hacer lo que nunca había conseguido: aprender a nadar bien. Entre azares y voluntades, me puse en contacto con un club de natación. Y, desde ese momento, meterme en una piscina cobró un nuevo significado: sigo haciendo las cosas muy mal, pero sé lo que tengo que hacer para mejorar. El agua es ahora un momento de entrenamiento ilusionante para enfrentarme con mis pocas destrezas e intentar vencer a mis miedos e incapacidades. A fin de cuentas, soy una persona mediocre en todos los sentidos del término y en todos los ámbitos, pero tengo fuerza de voluntad y capacidad de sufrimiento. Por si fuera poco, he conocido a un grupo de personas maravillosas en este club de natación (el Club Natación Tizona). Algunos son grandes campeones y con todos ellos siempre tienes algo de lo que aprender, alguna lección que apuntarte para el deporte y para la vida.

Ayer llegó otro momento importante para mí. Después de tantos años arrastrando mis ilusiones, competí en una piscina como nadador máster. Combatiendo mis miedos, no fui el peor. Y, aunque lo hubiese sido, había ganado mucho con el intento. Aunque nadé muchísima menos distancia, ayer, después de tantos años, volví a ver e imaginarme al gran Vladimir Salnikov. Nuestro equipo quedó campeón y todos los componentes conseguimos puntos para la victoria. Y, salvando todas las distancias y todos los años pasados, conseguí verlo mucho más cerca dentro de mi voluntad.

Imagen de Tsutomu Takasu.

3 comentarios en “El día en el que conocí a Vladimir Salnikov”

  1. Mi padre siempre si siente muy contento de saber que su carrera ha inspirado a alguien para aprender a nadar.El hecho de superarse y esforzarse para aprender demuestra un verdadero espíritu olímpico.Felicidades Raúl.

    Saludos,

    Vladimir Salnikov (hijo)

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