Tapar los espejos (recordando a mi padre)

Jeux de miroirs

No sé por qué, esta pasada noche me he acordado de uno de los ritos que se realizan durante el Shiva dentro de la religión judía. En los siete días después del entierro de un ser querido, la familia y los amigos íntimos se reúnen para, de alguna manera, recordar al fallecido y establecer unos momentos de convivencia y empatía en su recuerdo.

El rito en cuestión consiste tapar todos los espejos de la casa. Existen muy diferentes versiones para explicar los orígenes de esta costumbre y yo soy un ignorante absoluto en lo que al judaísmo se refiere, pero me gusta aquella que afirma que necesitamos un momento de oscuridad, de reflexión. De no mirarnos desde ningún sitio externo para vernos desde el ángulo de nuestro corazón. De olvidarnos de formas para contemplarnos, por fin, a la luz de lo que somos y no de lo que parecemos.

Y creo que, en efecto, nos falta eso a todos. Nos pensamos que somos nuestro reflejo y ahora convivimos con muchos más espejos que distorsionan nuestras esencias. Nos creemos que somos lo que nos dicen, lo que decimos de nosotros mismos en permanente alabanza, lo que contemplamos bajo esa perspectiva afable y condescendiente con nosotros mismos que ahora recibe la palabra postureo. Y las pantallas nos devuelven, a modo de reflejo, la gran mentira de lo que no somos.

Quizás siete días sean muchos, pero no estaría de más prescindir de nuestros reflejos, que solo brillan como las lentejuelas en una permanente verbena sensorial de querernos demasiado intensamente sin contemplarnos más por dentro.

Decía que no sabía por qué me he acordado de este rito, pero ahora reflexiono y me doy cuenta de que tal día como hoy, hace ya unos cuantos años, fallecía mi padre en el antiguo hospital General Yagüe. Pese a sus más de ochenta años, murió en la única planta que le faltó visitar como enfermo (excepción hecha de la obstetricia, claro) y quizás la que más le convenía por su carácter. Durante muchos años yo vi mi reflejo en sus ojos azules y me sentía la persona más dichosas del mundo. En un momento terrible, sus ojos no me miraban. Y, desde entonces, creo que vivo en el permanente luto de un recuerdo entre los reflejos que ya no existen.

Imagen de Bérenger ZYLA.

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