Lo que opino de los franceses

nomVive la France

Ante una cuestión en la que le preguntaban a Winston Churchill qué opinaba de los franceses, él contestó: «No sé, no los conozco a todos». Me encanta esta contestación y la empleo a menudo cuando se da por generalizar respecto a países, civilizaciones y creencias varias.

Todo esto viene a cuento de todo lo acontecido en el Eurobasket de este año, que ha disputado su fase final en la localidad francesa de Lille. La experiencia televisiva de una gran mayoría del público (francés) que pitaba constantemente a la selección española se agrandó mucho más cuando tuve la suerte de asistir al partido de cuartos de final entre Grecia y España.

En la entrada al estadio (es un campo de fútbol convertido en un magnífico recinto para muchos eventos deportivos) no dejaron entrar a mi hijo con una cartulina en la que estaba escrito «¡Vamos, España!», bajo la excusa de que no estaba permitida la entrada de pancartas para evitar contraseñas xenófobas o racistas. La situación era tan esperpéntica que no merece más comentario por mi parte. Baste decir que uno de los encargados con el que tuve ocasión de hablar aparte se moría de vergüenza con todo lo que allí estaba pasando.

Ya dentro, había unos cuantos aficionados griegos animando a… Grecia y unos poco menos aficionados españoles animando a… España. Hasta ahí, todo normal. Lo auténticamente extravagante era que los aficionados franceses no animaban a Grecia, sino que se limitaban a pitar de forma enconada y desaforada a la selección española. No era eso tan humano de «Yo estoy a favor de este y, por lo tanto, estoy en contra de su oponente», sino un «Yo estoy por encima de todo y de manera desaforada en contra de este y todo lo demás me importa un pimiento». Algún aficionado francés que estaba detrás de mí se dedicaba a ilustrar a unos amigos con todo tipo de barbaridades en contra de los jugadores españoles.

Ya de vuelta a España, veo por la televisión las semifinales (jugábamos contra la selección francesa, así que todo lo que ocurra ahí lo puedo entender, más o menos) y la final, en la que volvimos a tener al público en contra. Pero no el público lituano, que se dedicaba a animar de forma lúdico-festiva a su equipo, sino al público francés, una vez más. Y cuando Pau Gasol (ejemplo poco sospechoso de serenidad, tranquilidad y ecuanimidad) se sentó en el banquillo a poco de acabar el partido y cuando se le nombró jugador más valioso del torneo, seguían oyéndose pitidos, que no procedían de los aficionados lituanos, que reconocían con aplausos la calidad de este jugador.

Me extraña y me duele algo que sobrepasa la lógica rivalidad deportiva (los españoles, en el Campeonato del Mundo celebrado el año pasado en nuestro país, también pitaban a la selección francesa) para convertirse en algo poco justificable. No solo es el reconocimiento hacia alguien que, en esa ocasión, ha sido superior, sino sobre todo y ante todo, el respeto. Un respeto por encima de dónde coño has nacido y traspasando esa anecdótica circunstancia.

¿Qué conclusión saco de todo esto? Una muy clara y firme: que, pese a todo, sigo manifestándome deudor de Churchill y me niego a que esta experiencia negativa empañe ni un poquito el cariño que tengo por un país: una lengua que adoro, una civilización que respeto, un país que he recorrido con un disfrute pleno… y un París que sigue siendo una de las ciudades a las que vuelvo deudor y devoto de sus maravillas.

Me quedo con aquellos pocos franceses que vi aplaudiendo cuando un español metía una canasta. Me quedo con todos aquellos que vibraban cuando los vi jugar en el otro partido de los cuartos de final contra Letonia. Me quedo con el respeto y los pelos de punta con un pabellón cantando a pleno pulmón «La Marsellesa». No sé lo que harán muchos de ellos, pero yo los volveré a aplaudir como lo hice en ese partido cuando me maravillaron con bellísimas jugadas.

Y no me convertiré en un espectador gilipollas y adocenado. Siempre puede haber suerte y, cuando alguien pregunte a un francés qué opina de los españoles, el francés le podrá decir: «No lo sé, no los conozco a todos»… y tenga en mente a alguien que aplaude al que tiene que aplaudir cuando se lo merece.

La imagen es de Gisela Giardino.

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