El sinsentido de los semestres universitarios con el Plan Bolonia

Abandones classroom

Seré breve para empezar: la división en semestres que ha traído a la universidad el Plan Bolonia es un completo despropósito.

Está claro que el Plan Bolonia ha traído cosas buenas y cosas malas a la enseñanza universitaria española. Las buenas serían mejores si se aplicasen con sentido y realizando una inversión más que necesaria en la enseñanza (por ejemplo, la exigencia –cada vez mayor– de un mínimo de alumnado para cada Grado cuando las cargas de trabajo y corrección impiden realizar una labor medianamente digna).

Entre las malas, voy a hablar hoy de la división en semestres. Semestres que son difíciles de contar, porque solo lo son en el barniz exterior. Sobre todo en el primer semestre (al menos en mi universidad), la situación es nefasta: las clases acaban en diciembre y los exámenes de la convocatoria ordinaria empiezan nada más llegar de vacaciones. Aparentemente, esto podría beneficiar al alumnado, ya que dispondría de un tiempo precioso para estudiar, pero esto solo es un espejismo. El sistema implantado por Bolonia hace que el valor del examen no sea, en nuestro caso, mayor al 40 % de la nota. El resto se reparte en otro tipo de pruebas, prácticas y trabajos. Y esto significa que algunas de estas pruebas se entregan en momentos cercanos a la llegada de las vacaciones de Navidad. El resultado, para los docentes, es encontrarnos un volumen de trabajo muy alto en lo que son nuestras (teóricas) vacaciones. Todos sabemos que en el momento en el que los profesores hablamos de vacaciones el resto de mundo se nos echa encima, pero no conozco muchos trabajos en los que uno tenga que saltarse sus días de asueto para dedicarse a sus quehaceres profesionales. Además, surgen otros problemas: a los alumnos empiezan a surgirles las dudas cuando están estudiando para esos exámenes finales. Y una de dos: o se aguantan con la duda y se la comen con patatas o, de forma lógica, nos la preguntan a los profesores.

Y aquí las cosas no son muy claras: ¿qué profesores son mejores, los que trabajan durante sus vacaciones conculcando sus derechos o los que deciden mantenerse en sus derechos y, con ellos, dejan en ascuas a sus alumnos con notas pendientes, correos sin contestar u otro tipo de inconvenientes para estos jovenzuelos razonable y comprensivamente preocupados y estresados? Cualquiera de las alternativas es mala. Si por una casualidad te da por realizar ese trabajo, algunos alumnos se enfadan por algo tan extraño para ellos como dejar de contestar un día de esos de los de fiestas de guardar porque les tenemos mal acostumbrados. Es extraño el día de vacaciones navideñas en el que no tienes una duda por resolver o una inquietud por calmar. Y tan lógico es inclinarte por la atención a los alumnos como por la prudente distancia y desconexión. Lo malo de todo esto es que nos criminaliza a los profesores por vagos y a los alumnos por pesados cuando ni los unos ni los otros tenemos la culpa. La culpa es de un sistema mal estructurado.

Por último, me toca pensar especialmente en los alumnos. Un sistema en el que los exámenes se realizan antes de las vacaciones supondría un periodo intenso de trabajo, pero les privaría del dudoso deber de alternar la ingesta de mazapán con el Derecho Romano, el traguito de cava con los amigos con la Química Orgánica, pensar en cada campanada con las notas de las doce prácticas no calificadas o ese regalo de Reyes que, ineludiblemente, será el de un conjunto de exámenes como colofón de ese gran momento, la convocatoria ordinaria. Maravilloso, oigan.

(La imagen es de Darkday).

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