Esta mañana, corriendo, pensé que la vida era un viaje

Bosque en Burgos

Hoy escuchaba que la vida es un viaje. Ni me había dado cuenta de lo trillado que suena eso. Pero, cuando lo oía, no me sonaba a tópico ni a rutina. Quizás porque lo decía un jovencito que no sabía de lo uno y la otra. La vida era un viaje porque era una aventura. Nada de nuestra vida son los ríos que van a dar en la mar. Cómo nace y cómo acaba ya lo sabemos. Pero no vemos una película porque al final sepamos que dice «The End», como casi todas. Con una lista de quien la ha hecho posible, aunque eso, mira tú, sí que me gusta. La vemos porque sabemos que algo va a pasar. Por dentro o por fuera. Y que todo puede ser muy monótono. Previsible. Aburrido. Pero, de pronto, una chispa lo cambia todo. No sabemos cuándo ni cómo ni por qué. Cuando el viaje parece que se hace con velocidad de crucero y por una ancha autovía, pronto llega el requiebro, un volantazo, un frenazo o un acelerón necesarios para sortear algún imprevisto. Una montaña rusa que, por mucho que rumiemos en el ascenso, nos sorprende entre alaridos y suelta todo nuestros instintos en una caída casi libre.

El tópico es el viaje y el camino. Un camino que tomamos como los problemas de física en el colegio. Un vehículo (A) que parte de un punto a una velocidad de…. Pero el papel no tiene los vericuetos del sendero, que no es el morir. La vida era un viaje y la vida es un camino. Lo he sabido esta mañana cuando iba corriendo, siguiendo una ruta más que conocida. Un imprevisto me ha llevado a un paraje lleno de hermosura, en el camino no era fácil. Y he tenido que pararme, respirar varias veces, sonreír y aprender a captar lo imprevisible.

La imagen responde a ese momento, pasado por un filtro.

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