De incógnito

Estar desaparecido sin contener la respiración sino por haber adquirido la extraña y casi inhumana posibilidad de respirar debajo del agua. Andar de puntillas y con las zapatillas de andar por casa. Alejarse de los fastos (y de los nefastos). Brincar, como Gerardo Diego, «hasta el confín de un nuevo panorama». Proponerse un retiro muy a lo fray Luis en el que no abunden los testigos, mediadores y mediáticos.

Ignorarlo casi todo de casi todos. Pasar por encima. Leer en diagonal. Escarbar lo mínimo y, por lo tanto, oler poco. Contemplar las burbujas extremas del ahogado, los carrillos hinchados del que está a punto de explotar, los cuerpos inanes flotando a la deriva de sus derivas. Permanecer en un estado de gozo nada extático, sin identificarse con el marinero al que se le enredan las redes ni con el capitán que maneja sin prudencia una barca demasiado grande.

Perderme por los vericuetos, los detalles sin importancia. Y no mirar al sol si no es a través del reflejo de unos ojos que nunca son los míos.

(Imagen de Pulpolux).

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