Esa mierda de puzle que hace que todo encaje (Divagación sobre un sueño)

Soñaba el otro día que lo mandaba todo al carajo. No era una pesadilla, sino un alimento reconfortante. Pensaba y dormía con toda la sensatez que te da ahogar la vigilia con la persistencia y la almohada, la mente libre. Soñaba que me seguía escribiendo mi novela, que avanzaba mientras mi vida iba a ninguna parte. De pronto, en un mundo que no me importa y que me obsequia con su viceversa, el miedo se convertía en calor, la angustia en liberación. Me sentía un pequeño dios capaz de transformarme cambiando unas piezas. Esa mierda de puzle que hace que todo encaje. Soñaba que estaba vivo y respiraba a pleno pulmón (desaparecía esa angustia recurrente de despertarme en medio de la noche sintiendo que me falta el aire). Que podía decidir y priorizar siguiendo las reglas del azar y del capricho.

El futuro no era previsión sino improvisación. La fantasía no era obligación, sino sorpresa. En un plano detalle, me vino la imagen de estar pelando una mandarina, introducir el dedo pulgar en la cáscara, ir avanzando con precisión quirúrgica y, cuando estaba ya la fruta preparada, lanzarla al océano con todas mis fuerzas. Imaginar y pensar en el olor.

Notaba el calor de lo que está cercano y no soy yo, de una sonrisa con miles de colores. Los días pasados son momentos grises que adornamos con colores. Y solo nos queda el futuro para escoger con delicadeza un morado, un color llamativo, un amarillo limón (mejor terapia que el verde lima para los que padecemos acromatopsia). El futuro sería tan bonito que (quizás) dejaría de comprarme de forma recurrente la misma camisa azul una y otra vez. Y el sueño derivaba en escoger escalas de colores, escalas musicales. Y escalas para subir al tejado y contemplar una noche llena de amaneceres.

(Imagen de William Newman).

 

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