Transparencia y desaparición

«La transparencia, Dios, la transparencia», decía Juan Ramón hablando de su lucha hermosa con lo divino. Después de haber probado todos los moldes, necesitamos librarnos de las constricciones. Nos vanagloriamos primero de ser opacos, luego ansiamos que la luz pase sin desvelarnos. Pero llega un momento en que nos hace falta convertirnos en un cristal disimulado, que permita transmitir la luz, que es mucho más importante que nosotros. ¿En qué queda nuestra existencia? En un filtro que module algunos rayos, pero nada más. ¿Se puede confiar, aún, en nuestra necesidad? ¿No es excesiva nuestra (sobre)exposición? ¿Tan interesantes son los fragmentos de una vida reconstruida como Frankenstein en la visita del cirujano plástico?

Y la desaparición. No definitiva, no lo sé. No un derrumbe, sino una goma de borrar pautada por la paciencia. Dejando que las frases revoloteen por la cabeza y allí se queden. Ser menos sin aparentar más. Un desvanecimiento simpático, un gozo fundido en negro, un horizonte que quita para poner. Un silencio relativo, matizado. Y una implosión que ojalá revierta –algún día– en algo más grande.

Imagen de Tobi Gaulke.

 

 

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