Por qué soy nadador máster

Francamente, no sé muy bien lo que soy. En el perfil de una de las redes sociales a las que pertenezco, he escrito que soy profesor de la Universidad de Burgos, corredor y nadador. Por alguna razón, he querido subrayar tres características para definirme. Vaya por delante que no me gustan los reduccionismos. No me gustan los que solo se sienten profesores, los que solo se sienten corredores, los que solo se sienten nadadores. Tampoco me gusta ser solamente esas tres. Hay muchas más rondando y, si lo pienso detenidamente, me siento tan profesor, corredor y nadador como lector, receptor visual de series y películas, padre, amante del queso… y eso en un breve resumen. En la suma de este ser diletante, también podría decir que soy egocéntrico, ríspido, ser difícil de risa fácil, maniático o cabezota.

La definición de uno mismo, por lo tanto, no es tarea sencilla. Pero, salvando todo lo dicho, no me disgusta ser profesor, corredor y nadador. La verdad es que, en esencia, soy lo primero por encima de lo segundo y lo tercero. A fin de cuentas, soy profesor porque es la afición y la devoción con la que tengo la suerte de ganarme la vida. Es el sueño que tuve de adolescente convertido en realidad y, pese a los momentos difíciles, me permite sentirme una persona sumamente afortunada.

Sin embargo, ser corredor y nadador no son «obligaciones», sino satisfactorios complementos. Dado que correr es un deporte que me ha acompañado muchísimos años de mi vida, lo tengo ya como algo incorporado y asumido. La natación ha llegado más tarde. Bueno, en realidad es algo difícil de explicar. Leer la entrada que escribí hace ya un tiempo puede servir de complemento a lo que digo en esta. Sentirme nadador (y, especialmente, nadador máster) sería, en principio, una especie de suicidio. Entre mis escasas virtudes no se encuentra la flotabilidad. El agua es, para todos, un medio adverso, pero hay personas que en el agua mejoran: yo empeoro notablemente. Tampoco tengo una técnica depurada. Lo bueno es que antes no tenía ni siquiera técnica. Y ahí es donde quiero (empezar a) llegar. Soy nadador máster porque me gustan los retos difíciles. Vaya por delante que soy nadador y no he añadido adjetivos. Tendría que especificar que soy una nadador muy malo. Pero hay una serie de cosas que antes para mí eran una quimera y ahora son realidad. Y estas cosas, elementales para casi todos los que han tenido contacto con la natación desde pequeños, son para mí pequeños sueños cumplidos. Siempre quise aprender a hacer virajes. Ahora sé hacerlos. Me encantan los de braza (que es, definitivamente, mi peor estilo) y hasta he conseguido nadar en una competición 50 metros espalda haciendo un volteo que para mí resultaba casi imposible. Siempre quise nadar una prueba de estilos. Ya he nadado tres veces los 100 estilos. El tiempo que hago es de risa, pero he mejorado cuatro segundos la última vez que competí en esta prueba. Siempre he querido nadar una prueba de mariposa. Hace pocos días, nade los 50 mariposa. Si a esa prueba le hubiesen añadido un metro más, quizás no hubiese acabado, porque acabé reventado. Pero la hice. En definitiva, ahora compito y, en algunas ocasiones, no soy el último. Y, cuando llego el último, llego mucho antes de aquellos que no lo han intentado. Sé que parece un consuelo fácil, pero no lo es.

Y luego están los entrenamientos. Pertenezco a un club de natación máster en el que en cada entrenamiento es un pequeño (o gran reto). Esos entrenamientos dirigidos hacen que luego vaya a la piscina por mi cuenta y me rompa los cuernos intentando repetir y repetir, por ejemplo, esos ejercicios de pies que son superiores a mí. O eso creía, porque ahora avanzo poco… pero un poco más que antes. Sé que puede parecer de locos, pero el julio pasado, cada vez que me metía a nadar en la piscina, me propuse una mejora necesaria: introducir una patada más y mejorar la posición de las manos en crol. Como esto es una cuestión neurológica más que de otra cosa, tenía que pensarlo cada vez (cada patada, cada largo), dándome cuenta cuando la cosa no funcionaba. Al final, conseguí que fuese algo automático.

Por último, está el que para mí es el colofón de las competiciones: la travesía Guetaria-Zarauz. Antes de nadarla, solo pensar que mis compañeros hacían una travesía marítima de casi 3.000 metros que salía del puerto de Guetaria para llevar a la plaza de Zarauz me parecía una cosa de locos. Hace tres años, me apunté con la intención de acabarla. Y la acabé. Hace dos años, me apunté con la intención de mejor mi tiempo y lo  mejoré. El año pasado, con esa mejora técnica que apuntaba en el párrafo anterior, me apunté con el deseo no revelado a nadie de hacerlo mucho mejor. Y lo hice mucho mejor. Si me lo dicen unos meses antes, no me lo hubiese creído. Cuando me enteré del resultado, se me saltaban las lágrimas de alegría La realidad me dice que, en el futuro, ya no pueda mejorar ese tiempo (es probable que lo empeore). Pero me apuntaré este año. Entrenaré a morir para mejorar. Porque asumiré el resultado que sea, pero nunca por adelantado.

Acabo, que estoy escribiendo una entrada interminable. Me considero nadador máster porque es algo que, para mí, no se consigue solo. Soy nadador máster gracias a los entrenadores y compañeros del club. Yo, que tiendo a la misantropía (y, a veces, hasta me enorgullezco de ello), en la natación, solo por mi mismo no soy nadie. Necesito y escucho cada consejo, cada corrección, cada ánimo y cada aliento. Y eso me complementa, me hace mejor. Por eso me considero nadador. Nadador máster. No me digáis que no es bonito ser cosas que antes solo soñabas.

La imagen es de Cristina.

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