Un solitario que no quiere estar solo

Es un solitario que no quiere estar solo, un raro espécimen de los que solo pueden estar en extinción. Empleado de mantenimiento en una empresa desde hace más de veinte años, se dirige a uno de los despachos de la tercera planta. Los ascensores estaban ocupados y ha ido ascendiendo con los pies pesados y el corazón en vilo por las escaleras: la caja de herramientas tiene un peso específico y su vida la acabará cobrando, a buen seguro, exceso de equipaje. Estira un poco la cremallera del mono azul. Esboza un ¿se puede? simultáneo caso a los nudillos en la puerta. Adelante es la voz cantarina que le abre, de vez en cuando, el paraíso. Que me han pasado una incidencia sobre la calefacción. Sí, que no hay manera, que el radiador no calienta. Pues nada, ahora mismo lo miramos. ¿Hace falta que me vaya? Acabo de escribir una cosa y me voy. No, no, no hace falta. Puedo perfectamente.

Abre la caja y despliega una de las bandejas. Coge dos llaves y un destornillador y se pone a la faena. Siente una mezcla de olores, a fresas con nata y un relumbre de colonia. Mientras piensa de dónde procede la extraña combinación, sigue con lo suyo. Es la tercera vez que acude a arreglar ese radiador que se le resiste. O puede que el sea más fuerte que el radiador y esté por encima de las circunstancias. Cualquier excusa es buena para acudir a ese santuario. Maneja otro par de tuercas atronando con un sonido metálico que, por todos los conductos, llega casi hasta el infierno. Pues bueno, creo que ya está. Muchas gracias, a ver si hay suerte, que en esta ala del edificio hace mucho frío. Sí, creo que está solucionado. Se incorpora con un poco de dificultad. Ya de pie, tarda en ponerse totalmente recto todavía unos segundos. Habla de la necesidad de que cambien el sistema, de unas válvulas que no van bien. Antes de salir, se fija en ese póster y en ese calendario de pared que están descuadrados y que rompen la armonía de las fresas con nata en la dulzura solo comparable a vacaciones pagadas durante un mes con el aire de la sierra que tanto le gusta. Un día habrá que poner eso bien, dice. Cuando quiera, le dice. Yo lo intento, pero se caen. Adiós, buenos días, dice mientras sale sonriendo. Ahora puede coger el ascensor.

La imagen es de AleksandraGabriela.

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