Los malos son los mejores (IV): el ama de llaves de Rebeca

Mrs. Danvers, el ama de llaves de Rebeca

En una repaso reivindicativo a los malos de la ficción no puede faltar la malísima Mrs. Danvers, el ama de llaves de Rebeca, la genial película de Hitchcock. Si queremos meter en un mismo paquete arrogancia, cinismo, idolatría e -incluso- un lesbianismo inaudito para la época, este es nuestro personaje. Reconozco que no he leído la novela de Daphne Du Maurier, por lo que no puedo decir aquello de «la novela es mucho mejor que el libro». La actriz que le dio vida, Judith Anderson, era una de esas maravillas que perfilaban magistralmente a los personajes secundarios, como ocurrió también en Laura de Otto Preminger (película que esconde un personaje que se unirá a esta serie de «Los malos son los mejores» en cuanto el futuro lo depare) y que brindó sus dones interpretativos a lo largo de una larga carrera llena de reconocimiento, pero no de premios. Una de las mujeres que logran llenar la pantalla con su presencia con su porte y con su mirada más que con unos escasos ciento sesenta centímetros de altura.

Y si en la película el espíritu de Rebeca campa a sus anchas frente a la encogida Joan Fontaine, el mérito es de Mrs. Danvers. Rebeca ha abastecido al mundo de la moda con las rebequitas, esas chaquetas con las que la apócrifa y advenediza Sra. de Winter tiene que abrigarse el alma encogida y sobrecogida por el pánico escénico de saberse en el lugar equivocado e inadecuado. Pero, sobre todo, la película ha regalado el dicho que todos los que tenemos ya unos añitos encima hemos oído a nuestras madres: «Es más mala que el ama de llaves de Rebeca». En la foto que encabeza esta entrada, la vemos en la secuencia en la que presentan a la reciente esposa de Maxim al personal de servicio. Y allí aparece Mrs. Danvers, el ángel custodio de la casa y del espíritu de la que siempre será su señora. Demuestra su poder por contraste, incitando a la locura y al suicidio, con las malas artes de aconsejar el vestido más inapropiado para la fiesta, con la indelicadeza de hacer tocar las prendas más delicadas («¿Ha visto algo más delicado? Mire, ¡puede verse mi mano a su través!»), con la virtud de la omnipresencia física que mantiene la presencia viva de su señora, a la que tanto amaba. Con todo detalle. Con todo cuidado. Con tanta pasión… Y cuando pierde, pierde a lo grande, sin medias tintas y llevándose a todo por delante. Sin medias tintas ni ambages. Con dos cojones (el entendido en la película, me perdonará la grosería como licencia poética: ¿era el de la Sra. Danvers por su señora un amor espiritual?)

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