Emociones suspendidas

Miguelon

Esta entrada va a resultar un tanto extraña, porque trata de algo que no he leído, un tema sobre el que no sé nada y unas conexiones sobre las que no puedo decir ni mu. En un repaso muy superficial al periódico de hoy, leo en un titular que la escuela suspende en emociones. No he leído el contenido, pero sé que trata de la inteligencia emocional, sobre la que no voy a hablar.  No voy a hablar sobre la enseñanza en general, ni sobre la enseñanza en particular, porque son temas sobre los que no sé nada y sobre los que tampoco puedo hablar. Me pillan fuera de mi capacidad y de mis funciones. Llevo dedicados dieciocho años de mi vida resueltos en un firme propósito: salir de casa para trabajar, asegurarme de que la puerta de casa esté bien cerrada (esta neurosis mía me juega malas pasadas), llegar a mi puesto de trabajo, sentarme a una mesa (diría que me siento en ella, cosa que también es cierta, pero tampoco lo puedo decir, porque si lo digo todo se sabe), desplegar el periódico que envuelve el bocadillo (es una forma de no darle lujo ni importancia al asunto: el papel de aluminio deslumbra; es una forma de optimización de recursos: siempre utilizo la página de los pasatiempos) y adiestrarme en la difícil tarea de masticar sin hacer ruido, mirando hacia el infinito de esa ventana por la que escapan nuestros sueños. Luego intento reprimir un leve eructo. Palmeteo mi camisa para liberarla de las migas. Y luego paseo. Para arriba, para abajo. Mirando alternativamente hacia el techo y hacia el suelo. Espero pacientemente, reloj en mano, a que pase la mañana dividida en segmentos. Y luego, para casa. Los días que siguen hago lo mismo. Con paciencia y perseverancia. Y así hasta llegar a fin de mes. Intento sin éxito no sonreír levemente cuando mi vista nunca cansada comprueba que, mes a mes, me convierto en millonario. Luego abandono todo exacerbo. Luego me repantingo o me repanchingo (todo en esta vida tiene su sinónimo, menos la muerte) en el sofá, delante de la tele. Mi sueño desencajado desenchufa también mi saliva, que fluye en un reguero desigual por la barbilla. Y alguna vez -sólo alguna- tengo pesadillas. Cada trabajo necesita un trabajador. Y yo tengo lo que me merezco.

Olvidé decir una cosa importante: el bocadillo era de mortadela con aceitunas o de chóped. Días alternos.

6 comentarios en “Emociones suspendidas”

  1. Uno que pasaba por a

    RECUERDO INFANTIL

    Una tarde parda y fría

    de invierno. Los colegiales

    estudian. Monotonía

    de lluvia tras los cristales.

    Es la clase. En un cartel

    se representa a Caín

    fugitivo, y muerto Abel,

    junto a una mancha carmín.

    Con timbre sonoro y hueco

    truena el maestro, un anciano

    mal vestido, enjuto y seco,

    que lleva un libro en la mano.

    Y todo un coro infantil

    va cantando la lección:

    «mil veces ciento, cien mil;

    mil veces mil, un millón».

    Una tarde parda y fría

    de invierno. Los colegiales

    estudian. Monotonía

    de la lluvia en los cristales.

    (A.Machado)

  2. Te juro, Mafaldia, que me consuela un montón ver mis neuras compartidas. Ya que sufrimos…

    Blogófago, es cierto, pero recuerda que los sinónimos los pones desde la vida. Te espero tecleándolos desde el otro lado . .)

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