Diario de un turista #2

Boring Fly por darkolina tsukino //.

En medio del océano, en ninguna parte. Luces mitigadas y una pantalla que brilla. Pese a no llevar auriculares, se percibe un leve ronrón que perturba la escritura. La hora engaña, porque el cuerpo no conoce sino su propio ritmo. Tenemos sueño, aunque sabemos que no es hora de dormir. Todavía.

Alberto mira con cara extrañada. Parece que no le convence la película. Le miro y él sólo se fija en la pantalla iluminada, con letras saltando como saltan los días. En medio de la nada, que es el blanco. Apoya su cabeza sobre la mano izquierda. Parpadea. La palma de la mano arruga su nariz hasta encogerla. Tiene sueño pero se resigna a no dormir.

Cuatro horas en el centro de ninguna parte, decía. Y eso que este es el diario de un turista y no de un viajero, por más que todos los caminos conduzcan a nuestro centro. Pero el modo, la forma, importan. No es lo mismo. No es lo mismo. El viaje de un viajero le transforma por dentro. El viaje del turista le cambia el pelaje, a lo sumo sufre un cambio gracias a la melanina. Pero el turista lleva su centro a todas partes, para pisar tierra extraña sintiéndola propia y, por ello, no aprender nada de nada. Cambio de piel, decía. Necesario en épocas de mudanza.

Alberto ahora entorna los ojos. Se hace el dormido, pero un ascenso de sus cejas para dejar entrever sus ojos lo delatan. Si seguimos con el juego, acabará por sonreír, con esa deliciosa sonrisa. La sonrisa que todo padre quiere ver en su hijo. La sonrisa más bonita del mundo. Casi lo consigo pero prefiere rascarse la cabeza y mantenerse indiferente.

La compañía aérea nos ha robado cinco horas de nuestras vidas, a golpe de retraso pautado. Al embarcar, hemos olvidado por un momento todo lo que nos aguardaba. El avión viaja a tal velocidad que nos aturulla el ánimo sin que notemos su mudanza. Mañana sigue siendo hoy a no-sé-cuántos miles de pies de altura. Con el salvavidas debajo del asiento, como nos recordaba Luis García Montero en un poema bello.

La bandeja donde escribo está ligeramente inclinada hacia la derecha. El portátil se inclina y las letras parecen a punto de caer hacia el vacío. Las palabras volarían, entonces, como el nombre del blog, pero sólo permanecerían en las profundidades, para que nadie las rescatase del olvido que merecen.

Este va a ser el diario de un turista, la voz de un ser sin conciencia que decide poner la voz en off de una semana larga de vacaciones. Con entradas poco blogueras, por lo largas y apelmazadas. Sin wifi conocida, de momento. Anotaciones de lo que pasa por fuera y retazos decorados de un interior con vistas al patio y con necesidad de reformas urgentes. A diez minutos del centro.

Ahora dejar el portátil se va a convertir en algo difícil. Llegar hasta el equipaje de mano puede ser una gesta digna de la épica griega, así que lo mantendré cerca de las piernas, dejando que su luz se desprenda de la pantalla.

Quizá luego vuelva, mientras veo que –todavía­­– no pasa nada.

(Imagen de Darkolina Tsukino)

5 comentarios en “Diario de un turista #2”

  1. Gracias a todos por los buenos deseos.

    Una nota para Merche: no, no hemos estado en Ibiza. Cuando vayamos (y tengo muchas ganas) serás la primera en saberlo.

    Dichosos los ojos que te ven, jero. ¡Cuándo tiempo!

  2. …a pesar de la espera, las vacaciones saben siempre a gloria.

    Disfrutadlas.

    Con permiso, es una suerte volver por aquí de visita.

    jero

  3. Pues sí que dura el día en ese vuelo desde que tomamos el avión hace nueve días. ¿Has dado la vuelta al mundo? (No me extraña que Alberto arrugue la nariz)

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