Consecuentes. Consecuencias

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Llevaba unos días demasiado fantasioso, así que hoy voy a volver a la realidad, aunque sólo sea un poquito. Iba a empezar esta entrada diciendo que hablaría de deporte y no de política. Iba a decir que estos dos conceptos no tienen por qué ir de la mano. Pero, después de pensármelo dos veces, no me cabe otra que resignarme a que todo, en el fondo, es política o, por lo menos, puede hacerse y volverse político. Así que allá voy.

Vaya por delante que no soy futbolero. Es más, el fútbol me la pela. Soy un enamorado de todos los deportes menos uno, que es el de los veintidós tipos pateando un balón. Si medio mundo gira en torno a esa pelota, seré yo el equivocado, así que me resigno y me la envaino: ser español, varón, de mediana edad y no un aficionado al fútbol parece un contrasentido. Como no me gusta el fútbol, que no me achaque nadie de interés o de parcialidad. Hoy jugaba el Barça el Mundialito (juro que no sé muy bien qué es ni entre qué equipos se juega). Me daría exactamente igual si se tratase del otro equipo «emblemático», el Madrid. Compruebo con pesar que, en un campeonato internacional, haya personas que deseen que pierda el Barça, del mismo modo que habría otros muchos que saltarían si perdiese el Madrid. Más allá del forofo ensimismado, sospecho que el asunto traspasa lo deportivo para convertirse en otra cosa. Esa cosa, probablemente, sea la aplicación de alguno de los principios más conocidos del código de Hammurabi.

Sinceramente, a mí no me vale que porque haya alguien que quiera que pierda tu equipo tengas que desear tú lo mismo para el revés. Además, creo que el asunto escapa, como es evidente, a lo deportivo para llegar hasta otras esferas, mucho más generales y, por lo tanto, mucho más preocupantes. Me suena esto del antimadridismo catalán a tufo nacionalista y esto de querer que pierda el Barça huele a orgullo de la patria Hispana. Y sí, probablemente ambas cosas sean ciertas, pero creo que, en el deseo de que pierda el contrario anida una actitud infantil. Me explico, partiendo de los detractores del Barça: estos tipos no se sienten españoles y encima nos queman la bandera y la foto de los Reyes, quieren un Estatut que les dé todo y no les comprometa a nada: que se vayan a la mierda. Por lo tanto, no estoy de acuerdo, me enfado y que les den morcilla (o butifarra) y no compro cava sino un espumoso de la Ribera del Duero y el fuet que se lo metan por donde les quepa. Esa actitud no hace más que viciar las cosas y dar más razones a los que pensamos que no las tienen. Si queremos que pierda el Barça, estamos excluyéndolos, es decir, estamos dando la razón a aquello que negamos. Diría exactamente lo mismo y en el mismo orden si tuviese que hablar y defender al madridismo.

No me meto en lo que son o en lo que sienten algunos. No me meto en las salidas de tono de un presidente de un club con ansias de efervescencia política. Sean lo que sean y estén donde estén, yo también siento a los catalanes como algo mío. Me da por saco que ese «mío» sea español o lo que sea. Si me siento europeo, con más razón me siento con elementos comunes a Cataluña. Y, por supuesto, también a Galicia y al País Vasco.

Como apuntaba, estas cosas son politiqueos con un trasfondo etnocentrista. Soy burgalés y he visto amamantar la desconfianza hacia lo vallisoletano. Sin embargo, he estudiado allí y nunca he visto ningún tipo de animadversión hacia mí como burgalés. Es más, fui tratado a cuerpo de rey y he dejado en esa santa tierra muchos amigos. Soy burgalés y he visto adoctrinar hasta la saciedad con consignas antivascas. Sin embargo, he pasado verano tras verano en San Sebastían sintiéndome como en mi casa. Soy burgalés y español, y he ido a la demonizada Francia encontrándome siempre extraordinariamente bien acogido.

Me temo que esto de los enfrentamientos, negaciones y negatividades, al final, no hacen sino volverse contra uno mismo. Y si somos burgaleses de pro, de esos de «Tierra sagrada donde yo nací…», castellanos de bandera, españoles de postín, quizá consiguiésemos mucho más en esta vida afrontando con valentía nuestros retos de forma positiva que en contra de algunos, que no tienen que ser nuestros rivales. Seremos mejores ciudadanos y mejores personas estando a favor de las cosas que buscando el fracaso de lo que no tomamos como nuestro y, sin embargo, despreciamos. Por lo que a mí respecta, desearé que ganen el Barça y el Madrid en las competiciones internacionales, seguiré tomando cava (aunque reconozco mi devoción por el champán francés), me iré de pintxos por Donosti y me bañaré hasta que me muera en Ondarreta y moriré, al menos de corazón, en París, ciudad donde siempre han dormido todos mis sueños.

(Imagen de c-reel.com)

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