Ana ha soñado con ángeles – Fragmentos #27

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Ana ha dejado su libro en la mesilla, pero no ha seguido el ritual cotidiano de apagar la luz, dar un par de golpes a la almohada, girarse hacia la derecha, suspirar y cerrar los ojos. Ana ha permanecido, apoyada en la almohada doblada y con las piernas ligeramente flexionadas, recordando los tiempos en los que leía con el libro apoyado en su abultada tripa de embarazada. Ana ha proyectado su visión hacia la nada y ha visto, de fondo borroso, un armario doble colmado de ropa. Sin saber cómo, la tenue luz de la lámpara está ayudando a que Ana se transporte de la realidad a su imaginación. Siente que sería deseable colmarse, al fin, de deseo consumado, tras una larga espera dejando el placer de lado y enfocándose hacia unas actividades que hagan su vida ligeramente soportable. Ana, sin saber cómo, ha pensado que su vida ha sido una existencia de sueños mal consumados, de esperanzas perdidas, de idas y venidas tras las paredes verticales que se interponen entre esa sonrisa traviesa con fondo de ojos tristes. Ana hace un recorrido mental por los enseres de su habitación: esas estanterías con libros, con adornos. En un movimiento nada aconsejable para adormecer su sueño, se ha incorporado ligeramente para ver una hilera de zapatos y unas botas altas y anchas con el cuero adormecido sobre el suelo. Ana ha insistido siempre en comprarse unos zapatos que, al final, le hacen daño y, por eso, odia el entretiempo. Las sandalias le producen la libertad del calor, mientras que el horror del frío lo mitiga con botas altas, con las que siempre se siente cómoda.

Ana ha pensado que esos zapatos, que fuera de contexto y de su pie le parecen muy grandes,  son algo así como una manera de pensar en la vida. Iba a desarrollar ese pensamiento cuando le ha distraído el ruido del camión de la basura, que ha estado a punto de destartalar el contenedor con tanto meneo. Con un impulso impropio de la hora, Ana se ha incorporado y ha ido recorriendo toda la calle buscando alguna señal de vida. Han pasado tres coches. Un chico joven pasea a su perro. Un hombre de mediana edad recorre la acera y levanta la vista. Ve a Ana asomada a la ventana y, con gesto descarado, saluda. Ana llega a ver una sonrisa. Sin saber por qué, levanta una mano y, tras dos sacudidas protocolarias, ha agitado la mano con más definición. El hombre alza las manos y las junta con gesto de triunfo. Hace una reverencia y después se parte de risa. Ana piensa que, pese a la escena, que parece forzada y absurda, se esconde más naturalidad de la que parece. Tras contemplar la escena de la que ella ha sido protagonista, desaparece tras las cortinas. El roce de la tela le recuerda que tiene que cambiar muchas cosas en su vida y las cortinas de la cosa son una de esas cosas, y no la menos importante. Ana piensa que las cortinas no son un adorno simple, sino que son los mecanismos que permiten filtrar la realidad del exterior cuando uno se refugia en casa.

Ana ha salido de la habitación y ha girado hacia la cocina. Ha cogido una copa con un poquito de vino y un trozo de chocolate. Pertrechada del avituallamiento, ha vuelto a sentarse en la cama. Ha dejado las cosas en la mesilla y ha vuelto a acomodarse. Ha bebido despacio el poco vino que le quedaba y ha dado el último mordisco a la onza de chocolate. Un pequeño dolor revestido de frío le ha recordado que se tiene que preocupar por su esmalte de dientes.

Ana se ha prometido a sí misma mil y una veces que tiene que enfocar su vida de forma que no duela. Sabe la importancia que tiene tirar un foulard al aire y conoce también las ilusiones y sus consecuencias. Poco a poco, Ana ha ido resbalándose por la sábana y, sin que se haya dado cuenta, la almohada ha cedido en su pliegue. Ahora la cabeza de Ana descansa ya en posición horizontal. En un estado adormilado, Ana ha girado su cuerpo hacia la izquierda. Un poquito después, se ha oído el ritmo más fuerte y acompasado de su respiración, que hace que sus hombros se muevan casi imperceptiblemente.

Ana se ha convertido ahora en el molde de los deseos secretos y su cerebro, cansado de tanta asquerosa realidad, se ha puesto ha soñar con ángeles tiernos.

(«Ana ha soñado con Ángeles» pertenece a la serie de Fragmentos para una teoría del caos.)

1 comentario en “Ana ha soñado con ángeles – Fragmentos #27”

  1. No ha sido una noche en valde: el saludo al hombre de mediana edad además de divertido ha encerrado en si mismo más comunicación que un discurso de Fidel Castro. Y encima para terminar bien, una oncita de chocolate y un vino. No le puede pedir más a la vida.

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