Soy trans

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Pongámonos pedantes, para desanimar a quien necesite solo entradas ligeras. Esta mañana esta leyendo el prólogo de Gianni Vattimo al libro sobre la metáfora de Juan C. Couceiro-Bueno [Couceiro-Bueno, J. C., & Vattimo, G. (2012). La carne hecha metáfora: La metaforicidad constituyente del mundo. Barcelona: Bellaterra.] y, al poco de ir repasando esas poquitas páginas, lo he relacionado con un fogonazo que me vino ayer.

En la página 12, Vattimo decía cosas como estas: «no decimos que nos ponemos de acuerdo cuando hemos encontrado una verdad, sino que decimos que hemos encontrado la verdad cuando nos hemos puesto de acuerdo». Un poco más adelante, afirma que la ausencia de una verdad unívoca es el gran aliado de la democracia: «la disolución de la verdad tiene sus ventajas: supone el fin de las autoridades indiscutibles». Y, por último: «Al ser y a la realidad ya no les interesa la objetividad de las cosas, sino más bien la pietàs y la atención a las personas». De alguna manera, el mundo no se nos descubre y se nos muestra (o nosotros no descubrimos y explicamos el mundo), sino que nosotros realizamos una labor activa (pero no dogmática) sobre el mundo: lo interpretamos.

En este proceso de interpretación del mundo me hallo hoy y lo comparo con una experiencia concreta que viví ayer, pero que se suma a una experiencia –valga la redundancia– existencial: el no encontrarme, el no identificarme, la imposibilidad de sentirme clasificado y, por lo tanto, encasillado. Me siento como el producto del supermercado que nunca encuentras cuando vas a la compra porque no sabes en qué sección puedes encontrarme. Ayer, por ejemplo, una persona con convicciones (que a mí solo me parecían pretensiones) de tener la verdad lanzaba puyas a diestro y siniestro –te recuerdo, querido lector, que yo soy siniestro de nacimento–. Hablaba de las responsabilidades de los demás, de las incompetencias de los demás, de las necesidades de acción de los demás… y tendía a realizar categorizaciones absurdas, como «vosotros los de…», «así os va a los de…» y algunas otras más. Para que el/su mundo se activase, tenían que actuar los demás, que son los que no hacen/hacemos, que somos los que tenemos que completar el/su mundo.

Y esta es la experiencia que me encuentro en el día a día, conmigo mismo: la imposibilidad manifiesta de identificarme, que se corresponde proporcionalmente con la imposibilidad evidente de muchos –sin ir más lejos, yo mismo– para clasificarme. Entre el mundo de la erudición, son una persona que dedica horas y horas a hacer deporte. En el mundo del deporte, soy un profesor que mete horas y horas a la reflexión. En el mundo de la Comunicación, soy un Lingüista. En el mundo de la Lingüística, soy alguien que pierde el tiempo analizando la Publicidad y las redes sociales. En el mundo de internet, soy un advenedizo. En el mundo analógico, soy un raro que prefiere lo digital. En el mundo de la escritura, escribo un blog. En el mundo de los blogs, me salto a menudo los cánones. Cuando hago fotos, me canso y paso a otra cosa. Cuando quiero pasar a otra cosa, hago fotos. Cuando viajo quiero estar en casa y, cuando estoy en casa, quiero estar fuera de ella.

Analizando(me), he llegado a una conclusión respecto a lo que me gusta, a lo que soy. No soy multi. No soy inter. No me gusta el que las cosas no se enriquezcan con sus relaciones, y no solo me gusta que las relaciones entre las cosas tengan un mutuo enriquecimiento. Me gusta(ría) una vida, un método, que me permitiese tener una visión global, integradora sin ser excluyente ni ser acaparadora. Lo digo ahora, para repetirlo hasta la muerte: soy (y quiero ser) trans.

[Los conceptos de multidisciplinar, interdisciplinar se los debemos a Jean Piaget (Piaget, J. (1976). El mecanismo del desarrollo mental. Madrid: Editora Nacional.) y el concepto de transdisciplinariedad lo ha desarrollado con sagacidad Basarab Nicolescu (Nicolescu, B. (January 01, 1997). Transdisciplinarite cherche disciples. Monde De L’Education, 252, 48-49.). Por mi parte, he trabajado sobre la transdiscursividad en el capítulo de un libro, de próxima aparición, titulado «Interdiscursividad y transdiscursividad en la comunicación institucional. La publicidad institucional y la campaña ‘Saca tarjeta roja al maltratador’ «.]

Víctima de ser trans, suscribo, por supuesto, la frase de Groucho Marx: «Jamás aceptaría pertenecer a un club que me admitiera como socio».

La imagen es de Ricecracker.

 

4 comentarios en “Soy trans”

  1. Sí, Magdalena, las etiquetas son necesarias para darnos una identidad: desde el nacimiento, hasta que nos la ponen en el dedo gordo en el depósito. Nos seguimos perdiendo igual, pero no nos pierden 🙂

    Yago, ya sabes que valoro por encima de todas las cosas haber contribuido a que muchos de vosotros (miento, no «muchos», «algunos») hayáis aprendido algo más que a ser convencionales. Eso lo aprende todo el mundo. Aprender más allá es el lo que le da ese puntillo.

    Gelu, ya he comentado en tu entrada. Los hermanos Marx ejemplifican como pocos el que el humor, por ejemplo, aglutina las relaciones y las hace más ricas.

  2. Ser multi, ser trans.
    Ayer, repasando cine escena a escena, me paré en «“Caballeros, no empecemos a chuparnos las pollas todavía” y pensé en que aprendí filosofía con Kubrick, replicantes y niños en taparrabos.
    Pensé en que no sé si eras consciente de que, para mí, que fueses multi, que fueses trans, me abrió el maravilloso mundo del cine y de «otra» literatura (una que está al «otro» lado)
    Escribo esto para que lo sepas, aunque en mi cabeza resuena una y otra vez «Bueno, bueno, no empecemos a chuparnos las pollas todavía»

  3. Me gusta la idea de ser trans. Pero ya sabes, las etiquetas sirven sólo para distinguirnos de «el otro», hacer piña contra el/la que es diferente. De un modo u otro, son imprescindibles, porque nos dan seguridad frente al miedo del desconocido…

    Además, ¡¿quién puede vivir sin saber quién o qué es?! Trans será, pues 😉

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