Dexter, nuestro oscuro pasajero

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Ayer acabó Dexter. Quizás no sea la mejor serie –es casi imposible decir una, entre un gran puñado de obras maestras–, pero sí es la que a mí, particularmente, me ha llegado más hondo. Desde que llegó a nosotros, en 2006, Dexter nos ha ayudado a dialogar con el oscuro pasajero que todos llevamos dentro. Como ocurre con los aspectos ligados al inconsciente, esa barrera de censura de la que hablaba Freud parece que nos impedía reconocernos ante nosotros mismos ante el espejo de la realidad. Y, para mirarnos en ese espejo, necesitábamos la ficción. No nos vamos a poner psicoanalíticos, pero Dexter Morgan es un caso paradigmático para estudiar el Ich, el  Über-ich y el Es freudiano.

Hemos conocido a Dexter como un personaje visible, con su profesión, sus relaciones personales, su familia, pero nos ha interesado mucho más el diálogo que Dexter mantenía, a veces consigo mismo, a veces con su padre (que parecía que tenía la función del coro griego, como poso de conciencia que dice las cosas en voz alta para que nosotros las podamos conocer). Nadie puede sentirse identificado con el Dexter asesino, pero sí con sus conflictos personales, sus dudas, su reflexión sobre sí mismo como persona, sobre sus emociones, sobre lo que debería pensar y lo que piensa realmente. Porque, de alguna manera, Dexter somos nosotros mismos, cada uno de nosotros.

Las ocho temporadas de la serie han tenido altibajos. Lo mejor se ha encontrado, sin duda, entre las cuatro primeras. Después, hemos tenido nuestras dudas acerca de la conveniencia de que la serie acabase ya, pero hemos tenido siempre pequeños destellos de genialidad. Un Dexter en conflicto con lo absoluto, un Dexter que descubre a una «madre» casi nutricia, un Dexter que va destapando sus emociones… A mí, particularmente, me ha gustado más el Dexter en conflicto, el Dexter cuya inteligencia no le sirve para manejara su vida, el Dexter secreto. El Dexter paulatinamente público se ha alejado de mí, porque se ha alejado de aquello que quería desvelarnos.

Hay muchas personas que todavía no conocen el final de la serie y yo, desde luego, no voy a desvelarlo aquí, ahora. Solo diré que, cuando vi el último capítulo, sentí que algo se iba perdiendo entre mis recuerdos y que sería la última vez que vería como nueva esa magnífica introducción que tantas veces nos ha acompañado, en el que la rutina de cualquier mañana mezcla lo cotidiano con la sangre sacándola desde los interiores hacia la superficie. Todavía quedaba casi una hora y fui viendo cosas que no sabía o que no esperaba, pero confieso que, más allá de todas ellas, sentía que algo mío se prolongaba allí, más allá del final.

Porque la ficción provoca que, disfrutándola, ya no seamos los mismos. Y porque, cuando todo acabe, nosotros seremos pequeñas moléculas de lo que hemos vivido, pero también de lo que leímos, de lo que escuchamos, de lo que contemplamos. Esa es la ficción, parte de nuestra realidad. Porque Dexter somos nosotros.

2 comentarios en “Dexter, nuestro oscuro pasajero”

  1. Magda, a mí también me da una pena especial al sentir que una serie que nos acompaña durante tanto tiempo se acabe. En este caso, es distinto a las pelis o a los libros. Por cierto, ya ha pasado el 18 de septiembre y el 25 y alguien, en algún blog, tiene una entrada pendiente para sus lectores 😉

  2. Todavía no he visto el final, me queda una temporada entera por delante, y una parte de mí está retrasando el momento de empezar, por no verla terminar… Es, sin lugar a dudas, una de las mejores series que he visto hasta el momento.

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