Tienes que escucharla. Sin falta

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¿Has escuchado la canción esa de La Guardia, «Cuando brille el sol»? Hoy la he escuchado. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Me ha salpicado con recuerdos, hilvanando lo que fueron los años 80 con el día de hoy. Qué brisa de aire fresco. Y no es un tópico. Quizá remembranza, melancolía, sí. Quizá. Pero también una época de música que no es comparable con lo que hay ahora. No es comparable. Lo siento. Hay cosas mejores ahora también, sí. Pero no es comparable. Ahora te invito a que vuelvas a Andrés Calamaro, en una canción de la que ya te hablé ya aquí, «La parte de adelante». Pensándolo bien, nunca he seguido paso a paso a Calamaro, pero siempre vuelvo a él. De algún modo, necesito ese lado genial, canalla y de vida rasgada, aquella que añoro muchas veces. Quién fuera rockero, quién lo fuera. Porque hoy quiero hablarte de canciones, sí. Hoy que he hablado demasiado, quiero compensarte con las melodías, pero sin prosificar, sin hacer nada. Solo hablando por hablar, sintiendo que no puedo cantar. Porque me da vergüenza. Porque ya no me llega la garganta al cuerpo. Ahora te diría que fueses a Adriana Varela y le dieses una vuelta más al tango, un ritmo que nunca tiene fin. Que es inexorable, que llega a todas las partes, siempre de epidermis para abajo. Porque qué casualidad, ahora me he ido a otro tango, de Bajofondo. También recontado, pero más desgarrado: «No te quede cerca el mundo cuando está por aplaudir», dicen.

Te pediría que rescatases a los Héroes del Silencio, pero los del primer disco, cuando esa voz era tan original, tan única. Con ese acompañamiento de guitarra, en esa prisión del deseo. Que es la prisión de la que nunca escapamos. Que te enseña que los momentos preciosos terminan, pero acaban siempre en la vulgaridad. Por eso es bueno siempre tenerlos. O, si no, recuperarlos. Y escucha de nuevo a Los Secretos, para aprender a llorar sobre un vidrio mojado. Para que tus lágrimas se confundan en su reflejo. Ahora que lo pienso, también vuelvo siempre a Los Secretos. No son ñoños. Qué va. No lo son. Tienen el equilibro justo. Pop y eso. Ha habido un momento en el que me he pasado a la canción italiana, ya te lo puedes imaginar. Pero no, quiero que escuches música nuestra hoy. Y puede que no la hayas escuchado, así que déjalo todo y vete hacia allá, hacía el «Vamos a volar» de La Casa Azul. No se lo digas a nadie, ni lo pienses. Es una gran canción. Y el diálogo que hay dentro es el mejor de la historia de la literatura en música, verso y canción.

(La imagen es de Abraham Gómez.)

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