Tengo una farmacia a cincuenta metros de mi casa pero, con toda seguridad, a partir de hoy me desplazaré con gusto trescientos metros más (o cuatrocientos, o cuatrocientos cincuenta, o los que haga falta) para comprar algún medicamento cuando lo necesite. Tener una farmacia a cincuenta metros de casa es muy cómodo, pero es mucho mejor no encontrarse a un tipo maleducado y desegradable que no sabe la forma adecuada de tratar a sus clientes.
Me suele ocurrir frecuentemente: cada vez que entro en la farmacia que está a cincuenta metros de mi casa me arrepiento de inmediato. Cada vez por una razón diferente que, en el fondo, siempre es la misma: un trato no adecuado, por no entrar en detalles. Y voy a otras farmacias porque no me importa andar un poco más, o elegir una que te pilla de paso, o esa por la que te tienes que desviar solo un poco cuando vuelves del trabajo. Pero cincuenta metros son muy tentadores y vuelves. Hasta ayer.
Entro en la farmacia y el tipo está a tres metros, sentado en la parte trasera, un poco más allá de una cortinilla abierta. Me ve entrar. Avanzo hasta el mostrador. Y él, desde la lejanía, lo único que hace es repantingarse en su silla, desde esa, y con aire displicente, sin decir siquiera una palabra,hace un gesto rápido, levantando la barbilla. Si no hubiese entrado en una farmacia y el tipo no tuviera cara de tonto, pensaría que es un perdonavidas. No estoy dispuesto a tolerar semejante falta de educación y me limito a salir sin decir nada. El tipo sale escopetado a la calle para farfullar algo parecido a una disculpa. Y yo no quiero ni decir una palabra ni entablar una discusión. El tipo insiste. Y yo me limito a decirle al tipo que no insista, que no se preocupe, que en Burgos hay muchas farmacias. Y el tipo acaba con la frase gloriosa, aquella que le define desde sus orígenes: «Hombre, es que ya le he visto entrar un poco susceptible». Lo reconozco: el tipo es un hacha, un prodigio del estudio de la personalidad humana a metros de distancia. Un tipo que, en el fondo, descubre que la culpa la tenemos los demás, que somos susceptibles.
Y sí, esta ha sido la última vez. Jamás volveré a entrar en esa farmacia. Esa farmacia que quiere todo el mundo. La farmacia que está a cincuenta metros de mi casa.
(La fotografía pertenece a una captura de Google Maps, tomada al azar y con inocencia, de una calle de Burgos en la que, casualmente, hay una farmacia.)