Sí, voy a hablar de las lecturas obligatorias. En el Día del Libro

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Sí, voy a hablar del Día del Libro. Sí, 23 de abril, día del libro. Día para hablar de libros y de lecturas, de placeres y de sufrimientos, de ideas llevadas a la realidad entre técnica, imaginación y talento. Día de celebración, aunque los dos grandes maestros que fueron Cervantes y Shakespeare pertenecieran a calendarios distintos y los datos digan una cosa y la hoja con números diga otra muy distinta. Es bueno que se hable de libros, aunque la paradoja apareje hablar y no leer, hablar y no escribir. Es como hablar del tiempo, pero más bonito, más hondo, más sentido. Es hablar con palabras altisonantes, esas de las que muchos escritores abominaron.

Pero permitidme que hoy, ahora, hable de obligaciones. Las obligaciones son para las cosas que pueden ser obligatorias. Y las lecturas solo pueden ser opciones. Entiendo que los profesores, sobre todo en algunos niveles, obliguen a leer a los alumnos y tengan buenos propósitos, pero las consecuencias son nefastas. Lo he afirmado en muchas ocasiones y no me canso de repetirlo. Como dijo Pennac, el verbo leer no soporta el imperativo y tiene toda la razón y aporta todas las razones. Leer es un vicio que funciona por contagio, por casualidad, por no sé cuántas cosas azarosas y no calculadas (¿se podrá elaborar una planificación para no planificar planes de lectura?), pero es casi imposible que se contagie por imposición.

Y ahora viene algo peor: si obligar a leer es nefasto, obligar a leer y no acompañar a los alumnos en la obligación es algo indigno. Es como decirle a un urbanita que solo ha visto la naturaleza en un póster con frase hortera de Tagore: «Mira, ahí tienes el K2: lo tienes que subir por cojones. Mira a ver cómo te las apañas». ¿Qué le pasará al sufrido e improvisado escalador, que no tiene las destrezas, la forma física, la técnica; a él, que no está aclimatado a las alturas, que no sabe cubrirse del sol para que no le deslumbre y no sabe protegerse de las grietas y de las aristas?

¿Qué tiene que ser un profesor de Lengua y Literatura en lo que a esta última respecta? Lo primero, tiene que ser un devoto de la lectura y un conocer profundo de las ficciones. Lo segundo, tiene que ser un inspirador, nunca un mamporrero. Y, por último, tiene que ser un sherpa, por aquello de subir montañas. Todo lo demás son chorradas. Y si no, acabaremos bailando como leemos (y esto solo tendrá sentido si hemos visto Danzad, danzad, malditos). Eso sí, es todo un espectáculo.

(Esta entrada inicia una serie que ya venía cultivando en el blog en alguna ocasión: «Voy a hablar de…». Se trata de entradas críticas sobre algún tema más o menos de actualidad o algún acontecimiento digno de hincarle el diente. La imagen pertenece a la película citada en el último párrafo.)

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