Porciones milimétricas de fracasos que solo entenderan los que escuchan a Roy Orbison

Sabes que hoy es uno de esos días. Y te da miedo. Porque llegará un martes y hablarás de éxitos, cuando todas tus palabras se miden en porciones milimétricas de fracasos. Porque el día ha ido avanzando y has olvidado los momentos de sonrisas. Y el mundo se te ha ido cayendo encima en trocitos inmisericordes, contundentes. Porque sabes que hoy es el día en que cuestionas para qué sirve todo lo que no sirve para nada. Y es un día en el que piensas que tienes que seguir cuando te darían ganas de decir a todos que hasta aquí. Que hasta aquí hemos llegado. Hoy era un día en el que necesitabas muchas cosas y has conseguido muy pocas. Era un día en el que necesitabas haber narrado un viaje. Era un día en el que necesitabas haber plasmado un diálogo. Era un día en el que necesitabas cualquier cosa, cualquier atisbo que tu uniese a cualquier cosa que pudiese conciliarte con la vida.

Sabes que es uno de esos días porque, aunque parezca mentira, has cambiado. Un viaje –no sabes la razón primera y última– te ha cambiado el ángulo de la mirada. Fue algo fortuito, una mirada hacia la nada y decidir que nada iba a ser lo mismo. Una llegada a un rascacielo plagado de gente, plagado de ausencias. Pero el día a día es cabrón y persistente. Y necesitabas cosas. Y tu cabeza ya no estaba para nada. Y sentías una sensación irrefrenable de gritar que mandabas todo a la puta mierda. Y que enfilabas el camino hacia el horizonte. Pero sabes que el horizonte no existe. Te lo enseñaron muchos; Kant fue el primero. Y no sabes si será el último. Porque el horizonte está teñido de canciones tristes y sabes que una mujer vestida de rojo nunca bailará contigo.

Sabes que hoy es uno de esos días en los que sería difícil separar la realidad y la ficción. Y eso, que a veces te alivia, hoy te atenaza. Porque escuchas la música de Vangelis y tienes miedo de ser aquel al que se le cierra la puerta del ascensor sin final de Kubrik. Y más solo que la una. Los nexus de última generación, a veces, pueden ser un consuelo. O tu salvación. O, al menos, pueden tocarte al piano aquellas melodías que vibraban. En tu interior, en cualquier recoveco, no sabes muy bien dónde.

Sabes que es uno de esos días. Esos días en los que te gustaría que el tiempo se hubiese detenido en destellos para toda la vida. Esos días en los que querrías fulminar el resto de circunstancias que habitan entre tus laberintos.

Y lo aceptas y te rebelas y te enfadas y tecleas más fuerte de lo normal. Y decides que escribir te daña y te purifica a partes iguales. Que no todo va a ser Aristóteles. Y te acuerdas del gran Roy Orbison. Solo los solitarios entenderán cómo me siento ahora, que todavía es de día pero la noche acecha.

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