Ser ese oscuro pasajero. Ser House.

House-Dexter

En mi vida, en mi relación con los demás, tengo algún que otro problema. Es pequeño, casi insignificante: mi modo de ser, del que se deriva mi manera de ver el mundo y de actuar en consecuencia.

Con los años, me he encontrado ya en varias ocasiones con personas que me han dicho que les recuerdo al doctor House o Dexter. No me lo decían como elogio ni como reproche, sino como constatación de algo evidente y profundo. Yo tampoco me lo tomaba ni bien ni mal ni todo lo contrario. Simplemente, me hacía gracia. Luego vinieron las pequeñas casualidades, los repetidos «¿Lo ves?» en algunas de mis acciones, de mis pensamientos, de mis palabras. Y mi reacción no era negativa, porque, no sabía por qué, tanto el médico como el técnico forense me caían francamente bien.

De House me encandilaba esa disociación entre una vida interior y privada desquiciada mezclada con una práctica profesional deslumbrante, caústica y agresiva. En las conversaciones entre Dexter –otro ser disociado y, por ello, diseccionador– y su «oscuro pasajero», siempre me asombró la desconexión que mostraba entre el mundo exterior, aparentemente normal pero envuelto en podredumbre y el mundo del pensamiento y de sus sentimientos. Luego me he dado cuenta de que, en ambos casos, aprecio el carácter analítico, el ansia de llegar a una verdad separada y desgajada de la apariencia, siempre fácil, falsa, demasiado evidente para ser cierta, aunque la sangre no manche mis manos ni la vicodina haya recorrido nunca mis venas. Uno tiene una carcasa interior y otro exterior, pero ambos sufren.

Por eso, no sin cierta sorna, me gusta pensar que soy ese oscuro pasajero que acompaña a Dexter Morgan. Porque sé, como Gregor House, que todo el mundo miente.

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