Campamento de verano

Tienen 14 años y se ven todos los días, casi a todas horas. Han coincidido en un campamento de verano. Sus miradas se encontraron una mañana mientras un monitor daba algunas instrucciones para manejar el mapa y la brújula. El chico se fijó pronto en ella: su pelo liso, una sonrisa siempre cómplice, con su amiga inseparable. Y unos ojos de mirada profunda que se alzaron durante un par de segundos para mirarle. Uno de sus amigos le decía un día «Mira esa chica, es guapa». El chico se limitó a asentir: «Sí, es guapa» y pensó que también parecía simpática. Su mundo interior se iba transformando a medida que se encontraban. En el camino hacia el comedor. En las pruebas deportivas de la mañana. En los momentos de descanso por la tarde. Andando camino del bar, en busca de un helado.

Sus ojos se buscaban con persistencia, animosos del maravilloso reflejo de ser correspondidos. Ella, un día, mantuvo la mirada unos segundos más de lo habitual y sonrió. La amiga de la chica se reía y los amigos del chico le dijeron algo, pero creo que ellos no se dieron cuenta de nada. Se contentaban con disfrutar de esos instantes en los que la vida hace bonitas pompas de jabón.

Eran tan tímidos que tardaron mucho en hablarse. Fue algo ocasional, un momento en el que ella preguntaba por algo. Él respondió atontado, maldiciendo el haber perdido una oportunidad de entablar una conversación. Afortunadamente, las amigas siempre ayudan en los momentos difíciles y, un día más tarde, pudieron hablar un poquito más. Se intercambiaron las direcciones para enviarse cartas y saber algo más el uno del otro.

Un día de agosto, hubo que empezar a recoger, dejarlo todo listo para el turno siguiente. Llegaron los autobuses para devolver a cada uno a su destino. Ella, a lo lejos, alzó la mano y dibujó en su boca una palabra. Él adivinó que decía «Adiós».

Imagen de Kris Williams.