Sí. Bob Dylan. Sí. Y la polémica del Nobel de Literatura

Bob Dylan

Cada octubre me canso más. Llegan las noticias del nuevo premio nobel de literatura y, con ellas, las noticias infinitas, las opiniones sin fin. No me refiero a las opiniones de personas en general, sino de los «expertos», porque tampoco está nada mal que, durante unos minutos, se hable de literatura, aunque sea de forma descafeinada y elevada a algo cercano a lo que no tiene que ver con el fenómeno literario y no con la literatura misma.

Premian a un escritor al que no conoce ni su padre y un experto no solo habla de toda su obra, sino de cómo lo conoció. Luego pasará al capítulo que más me gusta, que no es «el escritor premiado y yo», sino «yo y el escritor premiado», con un cúmulo de anécdotas. Un burro que no nos dejará ver el bosque.

Podemos dividir en dos la eterna aspiración de los críticos a ser nombrados seleccionador nacional en su categoría de premios. En primer lugar,  el que afirma que el premiado no lo merece para meterse pronto a establecer, como Uribarri en Eurovisión, toda una quiniela geopolítica que solo el conoce y digna de un programa de Iker Jiménez. Sacará a colación unos cuantos argumentos. Seguro que aparece que su prosa, su verso, no tiene la calidez y la calidad suficiente. Él, como profundo conocedor de todo y todos, sacará a colación aquello de «es que fulanito era mucho mejor que el premiado. Y mengano. Y zutano». Por supuesto, transcribirá un pasaje de la obra del premiado y dirá que es una porquería infinita. Lo gracioso es que, en segundo lugar, estará  también el del polo opuesto y complementario: el que afirma que el premiado lo merece, que ya era hora, por dios, tantos años para llegar a lo obvio. Por supuesto, en perfecta contraposición con el anterior, dirá que su prosa, su verso, su lo que sea tiene una calidad sublime. Él es –también– profundo conocedor de todo y todos. Y sacará a colación un pasaje del premiado apreciando su estilo excelso, su dulzura, su arraigo a la tierra, qué sé yo.

Otro grupo, desgranado del sector crítico, es el de los comentaristas irónicos en las redes. Finas gracietas llenas de sarcasmo. Pues ya puestos, un día se lo van a dar a mi prima. Mi jefa ya va a pensar que es la siguiente. Uno de mis vecinos ya está preparando el discurso del año que viene. Hacen de menos sin hacer de más, aunque hacer de menos ya es desequilibrar una balanza de la que se desconoce cómo está calibrada y el sistema de medidas. Esa tendencia tan fácil a ponerse por encima de alguien siempre a no ser que se lo den a los dos autores (o diez, o cien) que haya leído.

Tenemos, claro está, al de los elogiadores profesionales. No conocían de nada al premiado pero –cosas de la civilización digital– en dos minutos y con Google Translate como instrumento tienen un criterio formado y justificado para alabar los méritos del premiado.

El último grupito del que voy a hablar es aquel, bien nutrido, que se dedica a vituperar a los premiados en años anteriores. Con mucha más razón si son de su propio país y todavía con más razón si había otro contemporáneo que les caía mejor. Como yo aquí hablo de todo y no hablo de nada, no pienso citar ni un solo nombre, pero los sufridos lectores estarán conmigo en que el asunto es difícil y tiene muchas aristas.

La taxonomía es, con total seguridad, mucho más amplia, pero ya digo que me cansa. ¿Que a Dylan le han dado el Nobel? Hay dos verdades simultáneas que pueden romper el sistema categorial de la metafísica desde Aristóteles, pero que son  verdades como puños. Sean (a) «Dylan se merece el Premio Nobel de Literatura» y  (b) «Dylan no se merece el Premio Nobel de Literatura». Se lo merece aunque no haya escrito un libro en su vida (como si escribir «un libro» fuese algo consustancial al acto de escribir). Y no se lo merece porque seguro que otros escritores «de verdad» están esperando su turno.

Despojadas las razones de la carne, grasa, tendones, venas y arterias, la cosa no deja de ser graciosa. Que sí, que le ha tocado a Dylan, ese que estaba en las quinielas y no pertenece al clan (para bien y para mal). Escuchad a Dylan y disfrutad, que algo bueno tiene. Que sí, que le ha tocado a Dylan, ese que tendría que haber esperado a que se le pudriesen la guitarra y la armónica para haber entrado en el Parnaso. No lo escuches y ponte a leer a tu candidato eterno. Es tan fácil…

A mí, básicamente, todas las polémicas del Premio Nobel, cada año, tienen el mismo efecto en el organismo: me la soplan. Relativamente.

La imagen es de Simon Murphy.

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