¿Y ahora qué pasa con el español en EE. UU.?

La ausencia del español en la web de la Casa Blanca con la toma de posesión de Donald Trump encendió todas las alarmas. Se temía que fuera un síntoma de la inquina que tiene al ya presidente a los latinos, pero parece –ojalá– que es solo algo provisional a la espera de los ajustes pertienentes.

No obstante, es más que pertinente preguntarse por el futuro del español en EE. UU. Aunque estoy escribiendo algo más largo y técnico sobre este asunto, dejo aquí algunos datos y reflexiones sobre la política lingüística del español.

El número de hispanohablantes en Estados Unidos no deja de crecer. Datos extraídos de estudios de 2014 estiman que hay 53,3 millones de hablantes de español, que podrían acercarse a 62 millones si tenemos en cuenta los inmigrantes indocumentados de origen hispano. Esto convierte a Estados Unidos en el segundo país en número de hablantes, precedido por México y seguido por Colombia, España y Argentina.

Según análisis recientes, parece que se está produciendo un refuerzo del español en Estados Unidos, y no solo en las capas sociales más bajas. Contamos con grupos bilingües con estudios superiores, que se preocupan por un dominio cualificado del español. Por el otro lado, los inmigrantes recién llegados aportan una vitalidad renovada dentro de la comunidad hispana y un incremento de la demanda del español como lengua extranjera para comunicarse con ellos en el ámbito laboral. A todo ello se añaden los programas escolares para ayudar a los hijos de estos inmigrantes.

Si en generaciones pasadas los inmigrantes parece que querían borrar del mapa el español como muestra de inclusión radical en la cultura norteamericana, ahora existe un orgullo cultural del español como marca de identidad que motiva que la mayor parte de los hispanos quieran mantener viva la lengua entre sus hijos.

No olvidemos que el español en Estados Unidos no fue, por propia esencia, una lengua extranjera: así lo demuestra la historia de muchos estados y queda registrada en los nombres de pueblos, ciudades, ríos y montañas. Además, el español es lengua materna para el 12 % de los estadounidenses. Y crece por encima de cualquier otra como lengua extranjera. Una de las razones fundamentales es la de establecer comunicación con muchos hispanos que no hablan inglés. Cierto es que este tipo de enseñanza deriva en una instrucción rápida en español básico con vistas a la comunicación en el ámbito laboral, legal o institucional.

Hoy en día, tres cuartas partes de todos los hispanos mayores de cinco años hablan español. Sin embargo, también es posible que esta proporción de hablantes de español descienda, porque también es cierto que cada vez es más frecuente el uso del inglés para leer las noticias, ver la televisión, etc. Pero el hecho es que, como hemos dicho más arriba, que casi la totalidad de los hispanos, incluso los nacidos en Estados Unidos, piensa que es importante que las generaciones futuras hablen español.

¿Qué se puede hacer para que el español siga en ese estado de pujanza en el país norteamericano? Si todo funcionaba como hasta hoy, nada. Al margen de pequeñas iniciativas, no existía una política lingüística estructurada para la conservación y/o el desarrollo del español. El estado no va a hacer ninguna concesión que no provenga de intereses económicos y políticos (siempre ha sido así). Por otro lado, en un país en el que no existe una lengua oficial, el español y el inglés no se han enfrentado, sino que han convivido sin excesivos problemas. La población hispana es demasiado grande como para ignorarla. Así lo demuestran los acercamientos en español de los políticos norteamericanos para acercarse a la población latina.

También es cierto que ha existido un recelo frente a lo hispano en algunos de los políticos más conservadores. Y ahí es donde estamos ahora, con un presidente predeciblemente impredicible, que puede cortar esos lazos de convivencia y querer solo un país para (norte)americanos.

La imagen es de Thomas Hawk.

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