Insensatez

Estoy sentado en un sillón mirando la pared. El color amarillo, que tanto me gustaba, ahora está desgastado por el tiempo y por el hastío. Lo pintaría de blanco, pienso. No por la luz y el vigor, sino por que es mucho más fácil igualarlo con el techo, que también necesita una capa de pintura. Pero quién se pone a pintar ahora. No por pintar, sino por los preparativos. Y porque te arrepientes cuando estás en la primera media pared y estás perdido. No hay vuelta atrás. Tampoco estaba tan mal, seguro que piensas. De momento, se está bien aquí sentado, a una distancia prudente de todo. Sé que tengo que regar la planta, esa que está justo al lado del radiador. Hace falta ser espabilado. Se reseca a la primera de cambio. Esta mañana, he metido el dedo en la tierra y estaba totalmente seca, pero me ha dado una pereza enorme volver y echar agua. Esta tarde, he dicho. Y hasta ahora, que es esta tarde y no lo pienso hacer. Es inaudito, pienso. si no me cuesta nada. Me siento mucho mejor con la fascinación que me produce el vientecillo que entra por el agujero de la cuerda de la persiana. Mi mano está mecida por un fino e intenso viento polar que contrasta con el latido de mi corazón, que siento palpitar en el brazo derecho.

Intento reconstruir todo lo que me pasa e intento quitar, como la RAE, todas las letras mayúsculas que sobran por mis resquicios. Sentir para adentro sin sufrir, qué contradicción. Me da miedo que lleguen las ideas en esa avalancha peligrosa que aturde y ciega. Prefiero ideas a pinceladas gruesas para verlas luego de lejos. Se está bien aquí, lejos de multitudes. Hablando alto sin que te oigan. En un ascenso sin cansancio. O ascensión, no sé. Cara a cara con lo otro, con el pasado y una luz que se enciende cuando apago los ojos. Me pesan ahora tanto los párpados, dando por sentado que el océano es demasiado grande. Qué pena que no tenga a mano el móvil para poner música, porque sonaría Gottes Zeit ist die allerbeste Zeit de Bach para mecerme entre la belleza, como hacía cuando vivía en casa de mis padres, en el que me mecía escuchando música, literalmente. Sonreír con gesto bobo y extático. Pero solo me imagino y me falta alguna nota, que confundo con otras composiciones. Con esos párpados pesados, miro de frente y veo chiribitas, no sé, luces, no sé, pequeñas porciones de luz, como amebas, que se van desplazando lentamente por los párpados hasta que se escapan.

Entono ahora un mantra de insensatez. Discuto conmigo mismo, pero me doy la razón para que no enzarzarme en una lucha dialéctica que, seguramente, me da a cansar. Se me ha dormido una pierna, me cago en todo. No me pienso mover. Pero es que no puedo soportar el hormigueo. Ahora mi pierna izquierda es un alma solitaria, abandonada al pantano del riego sanguíneo. Parece que se pasa, me siento mejor. Me muevo un poco y alcanzo a escuchar el rumor de las risas ajenas que resuenan en la calle. Y me pierdo en esa pared amarilla desgastada por el tiempo y por el hastío.

La imagen pertenece a mi galería de Flickr. Que no es la pared amarilla, pero sí la de mi corazón.

 

 

 

 

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