Un mundo sin submarinos amarillos y un cuaderno verde para personas negras

Este fin de semana he hecho muchas cosas. La primera —y fundamental— ha sido ponerme nervioso porque hoy comienza el nuevo semestre académico. No puedo evitar sentir la tensión ante lo nuevo, las personas que llegan a mi vida y que quizás puedan permanecer para quedarse, como han hecho tantas otras, o deslizarse para perderse en un dulce o negro o transparente olvido.

También he visto dos películas: Yesterday y Green Book. Bueno, también he visto Keepers, pero de esa no hablo. Al modo de la película, he preguntado cómo sería un mundo sin los Beatles, aunque es una pregunta sin sentido porque no conocemos lo que no existe. Y me he preguntado lo que han aportado las canciones de los Beatles a la cultura, a la música, a mi vida. Sé que hay muchas personas que aborrecen a los Beatles, pero es algo que yo no llego a comprender del todo. Si borrásemos a los Beatles de la faz de la tierra y, como ocurre en la película, sus canciones surgieran, poco a poco, una a una, parecería que hay un milagro sobre la tierra. En mi vida, los Beatles fueron muy importantes. Hasta que tuve mis primeros discos, en mi casa había mucha música clásica, algunos discos de cantautores, música melódica… y Abbey Road. Y me contemplo, desde la lejanía de un tiempo añorado, con la funda del vinilo en la mano mientras iba escuchando, una y otra vez, cada canción. Cerraba los ojos y me trasladaba hacia un lugar muy cercano y muy querido, que estaba próximo a mi corazón. Al margen de dos discos de éxitos sin sustancia, mi primer disco deseado y regalado fue, después, Double Fantasy de John Lennon. Y los Beatles y Lennon me han ido acompañando como aquellos amigos que, aunque no ves durante meses, te alegras de reencontrar porque son los mejores.

La película de Peter Farrely, Green Book, tiene lo que todas las películas con pareja de por medio. ¡Qué estupendo es ver cómo dos mundos distintos se acercan cada vez más hasta mezclarse! Puede tratarse de una concepción del mundo, de un tipo de música, de cómo comer, de cómo hablar y escribir. De cómo manifestar y defender tus principios. De cómo ganar en un mundo que tiende al caos y que, con esa amalgama, nos reconcilia con algunas causas, que se resumen en una: la causa del ser humano, de lo que somos en lo más profundo.

Luego ha llegado la lectura. He terminado Lluvia fina, de Luis Landero. Me ha encantado. Resume, de otro modo muy diferente y con un desenlace también muy distinto, aspectos muy hondos de lo nuestro. En este caso, es la conversación entre personas próximas, entre familias y familiares. Subraya el valor del recuerdo mediatizado por todo lo que no recordamos y construimos, por todo lo que decimos y el poso que va dejando en nuestro interlocutor. No puedo decir mucho para no desvelar ese momento de lluvia fina con unas palabras que van pesando como losas.

Sigo escuchando canciones de Haim. He repetido en bucle «El colapso gravitacional» de La Casa Azul y he vuelto una y otra vez a «Fix You» de Coldplay. Qué canción, por dios.

Y me he levantado pronto, he actualizado algunas cosas de las asignaturas intentando mirarlas con los ojos de alguien nuevo, que llega ahora. Y, próximo ya el inicio, me levanto y empiezo a andar para pensar en mis cosas y en un submarino amarillo dibujado en un cuaderno negro para que todos lo lean.

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