Poner puertas a la epojé (o a la Cátedral de Burgos)

Hoy voy a hablar brevemente sobre epojé y sobre puertas. Y de poner puertas a la epojé. Para ello, me es necesario partir de un tuit que escribí la semana pasada:

Empecemos por las puertas

Seguramente, a las personas que no son de Burgos les hace falta un poquito de contexto: el caso es que la Catedral de Burgos celebra el octavo centenario y, para conmemorarlo, se ha encargado al artista Antonio López que realice tres puertas de bronce que sustituyan a las actuales de la fachada principal, de estilo neoclásico (aquí la noticia en El País).

Y se ha armado el pifostio entre los detractores de la sustitución de las puertas actuales por las de Antonio López, escandalizados por considerarlo un despropósito que supone un quebrando de la armonía, un pegote y/o un despilfarro, y los defensores del cambio amparados en el reclamo turístico, o por la constatación de que un templo de tantos siglos ha ido adaptándose a las distintas épocas y estilos. Entre una y otra facción hay opiniones ligeras y poco fundamentadas, pero también criterios basados en un conocimiento más profundo.

Sigamos con la epojé

Para que entendamos qué es la epojé, tenemos que ir a la época helenística. Tras la muerte de Aristóteles, una serie de cuestiones teóricas e históricas de diversa índole lleva a los pensadores griegos a sentirse perdidos ante un mundo que ya no es muy fácil de comprender y que, además, se ha hecho demasiado grande para ser comprendido. La filosofía se aleja de proyectos tan ambiciosos y sistemáticos como los de Platón y Aristóteles para cobijarse en el campo de la seguridad personal y la felicidad individual. Durante este período, el auténtico desafío es el de dar fórmulas (más o menos) prácticas para desenvolverse en la vida.

No cabe aquí mucho rollo teórico. Resumiremos diciendo que surgirán varias escuelas filosóficas que, ante un mismo problema, optan por diferentes soluciones (estoicismo, epicureísmo, escepticismo) que tendrán un importante desarrollo y continuación también en la época romana. En esa búsqueda de la felicidad, el estoicismo busca la apatía, que es un refugio ante las pasiones; el epicureísmo busca la ataraxia, que es una búsqueda de un placer moderado y que evite extremos y exageraciones; y el escepticismo, que busca la epojé. Ante la inmensa cantidad y variedad de razones que arguyen unos y otros, todos, los escépticos intentan suspender el juicio. Eligiendo una u otra opción o mezclando un poco todas ellas, la filosofía caminó por esta senda hasta Plotino y la filosofía patrística.

La epojé como manera de concebir el mundo

Un servidor, que os da la matraca en este blog tiene un serio problema con el conocimiento y su actitud ante el mundo. No será por darle vueltas y vueltas (los que le conocen mejor sabe que fue profesor de Filosofía no pocos años). Está rodeado de personas que saben muchísimo, que les gusta demostrarlo y que, en algunas ocasiones, lo hacen muy bien (en otras ocasiones lo hacen muy mal y de forma engreída y petulante, pero esa es otra cuestión). Y, además, se encuentra en un mundo que gira (hasta cierto punto) por unas redes sociales en las que la opinión se exacerba y se polariza hasta extremos que le asustan, le cansan o le asustan.

En fin, y ya poniendo la primera persona, me canso de un mundo en el que todo opina y canto mi derecho a la epojé. Quizás sea demasiado ignorante. Puede también que le dé demasiadas vueltas a las ideas o que me incline, en ocasiones, por no darle ni media. Pero tengo poquísimas cosas claras. Y eso, que, como para aquellos griegos, el mundo es demasiado grande para mí, que soy demasiado pequeño.

Poniendo puertas a la epojé

Siendo un ser ignorante, superficial, aburrido, abrumado, anonadado, asustado, embelesado, ciclotímico, inconstante, absorto, deslumbrado, pasmado, seducido y embaucado, tiendo a no saber qué corcho hacer con las puertas.

Entiendo a los que quieren mantener las cosas como están y que temen cualquier atisbo de cambio. Me imagino siendo residente de Les Halles en París ante la perspectiva de que mi barrio fuese a destruirse para construir modernidades. Entiendo a los que piensan que, a veces, es necesario dar un paso e ir un poco más allá, una vuelta de tuerca, porque me fascina el Pompidou.

Pero sí os confieso aquí que, como en el caso de las puertas al campo, si veo que se cierran demasiadas puertas tiendo a rebelarme (y revelarme). Las obras de Kandinsky y Mondrian, dos de mis pintores favoritos, tienen ya más de cien años y parecen tan modernas como para seguir escuchando todavía que ese arte, contemporáneo le llaman, es una mierda al alcance de un niño de cinco años con pintura en mano (o en los dedos). Y me imagino qué hubiese ocurrido con unas puertas «modernas de la muerte» en la fachada principal de la Catedral. Antonio López, sin embargo, es un artista brillante, sereno, egregio, «realista». Y muchos burgaleses que lo atacan querían un Museo de la Evolución modernísimo para que la gente visitase Burgos como quien visita Bilbao. Y pienso: puertas, qué coño… que las cambien.

Pero, si alguien se enfada mucho con lo que escribo, que no me lance piedras ni me llame majadero. En este mundo de (falsas) seguridades (y será este un buen tiempo para reflexionar hasta qué punto podemos estar seguros de algo), yo no sé nada. Y no porque quiera con ello construir un edificio filosófico, como Sócrates. Es, solamente, una manera de (no) mirar el mundo.

La imagen es de Svklimkin.

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