Cuando (no) escribo

Cuando no escribo, me gustaría escribir. Cuando escribo, me gustaría hacerlo de otra forma. Y, cuando intento hacerlo de distintas maneras, no estoy conforme ni a gusto con ninguna. Me gustaría, por ejemplo, escribir de manera poética y rítmica, pero no me llega ni el talento ni la sustancia de los sustantivos, que se pierden en unos adjetivos que, queriendo decir, se diluyen en matices insustanciales o redundantes. O vacíos, que es peor. Me gustaría también escribir de manera cortante, incisiva y rápida y, a veces, creo que casi lo consigo, pero la dilación y la sintaxis y las enumeraciones y el polisíndeton me pierden sin remedio.

Y escribo y no escribo en períodos alternantes y alternativos. Sin esperanza y sin convencimiento, lastrado por modelos demasiado perfectos. Angustiado por la dura lucha entre res y verba,  ingenium y ars, sin buscar nunca provecho y consiguiendo poco deleite. No para mí mismo. Tampoco para los demás.

En suma, me hubiese atraído luchar por  la utilidad, por la actualidad, por la formación, por la magia, por el brillo o por el metalenguaje, que se puede acercar a un metaverso en el que no pienso profundizar. Porque ni me gustan las cosas livianas ni las cosas demasiado pesadas. ¿Inspiración o espiración? Expiración, sin duda. Nunca me quedo con nada y es mi destino.

Y aquí me quedo, en la nada. O en el abismo o en la superficie. En el misterio o en la fruslería.

Con imagen de Gauthier V.

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