Los tiempos han cambiado y ahora vivimos pantallas. Los ritmos circadianos de nuestra cultura van saltando de pantalla en pantalla y aumentan o disminuyen al son de Mario Bross. La resolución del gran visor que es nuestra vida se decide al ritmo frenético de los pulgares en las videoconsolas. El latido de la ficción constrasta con la triste soledad de los paisajes en el DVD portátil. La letra impresa es un trasunto de unos y ceros espantados en pantalla panorámica. El contraluz del cielo es ahora el marco digital de una foto disuelta en Photoshop y los cataclismos son ahora más vivos -y, por ello, más ficticios- en la CNN que televisó la «primera guerra». La letra se adelgaza hasta formar un anoréxico SMS y todo nuestro mapamundi se resume ahora por arriba, por abajo y por dentro en mapas híbridos y un trayecto perfecto. No es momento de llorar por lo perdido, porque ahora volvemos a escribir lacónicos mensajes de amor. Los mundos cambian y las pantallas y el papel no han de verse como enemigos. Son testigos perfectos de que el mundo viaja de un mundo hacia otro. Hacia ninguna parte, que es la forma más bella de definir el horizonte.
la tecnología nos producirá mutaciones
Me gusta esa idea de cambiar de mundo, viajar a otro donde los soportes son nuevos pero la intención vieja: buscar al otro. Cambia el entorno, epero la comunicación se enriquece.
Cualquier día de estos en la pescaderia leeremos el "Chirlas a 1,50 eur", "Salmonte 4,20 kg." , "Colas Frescas" en un plasma en la pared donde antes estaba el cacharrito de dar número. Al tiempo…