El otro día me llegó la noticia de que un padre prohibía a su hija leer Drácula. La niña tiene diez años, pero el padre no se basaba en la edad, sino en la simbología anticristiana de la novela (el colegio en el que estudia su hija un centro concertado). No me extraña nada. Recuerdo a los lectores que, hace unos cuantos años, un padre castellano de pro protestaba porque en el colegio el profesor de Literatura había mandado a los alumnos leer el Diario de un cazador de Delibes y protestaba porque don Miguel se descolgaba con el reflejo del habla coloquial con unas cuantas palabrotas. Y la lista de protestas de padres, asociaciones y demás seguro que no cabría ni en mil entradas extensas. Cuando analizaba con mis alumnos la Celestina o leíamos algunos pasajes de El libro de Buen Amor les decía: «Si vais a vuestra casa este mediodía y comentáis que habéis estado leyendo estos libros, seguro que vuestros padres se ponen muy contentos y piensan que estáis leyendo libros muy importantes. Esto pasa porque mucha gente no ha tenido la oportunidad de leer estas obras: si algunos leyesen algunos de los pasajes que hemos comentado en clase, seguro que se escandalizaban». También me acuerdo de que, de pequeño, estaba leyendo El árbol de los deseos de Steinbeck y mi madre me miraba con desconfianza por una interpretación desviada del título del libro, lo que no hace sino avalar que opinamos cargados de prejuicios. Sabemos también que el desfile de adaptaciones políticamente correctas de muchos clásicos están triunfando por encima de la razón (y si no, que se lo pregunten a Mark Twain, que estará removiéndose en la tierra al ver cómo modifican algunas de sus palabras y dulcifican algunos pasajes de un sur de EE. UU. que fue siempre profundo.)
No sé qué tienen algunas manifestaciones artísticas (y, en esto, creo que la literatura y el cine ocupan un lugar destacado) para desatar este cúmulo de fanatismos y despropósitos. Prefiero mil veces que mi hijo lea Lolita (libro que hoy, quizás, sería imposible de publicar), La naranja mecánica o Drácula que alguna de las bazofias bienintencionadas que pueblan los colegios y los institutos del mundo entero. Porque creo que educa más el arte en sí que las buenas intenciones y forman mejor las mentes las buenas ideas que los consejos y las consejas. Y, por supuesto, los padres tienen todo el derecho a intervenir en la educación que reciben sus hijos en el colegio, pero quizás haya elementos que están por encima de toda intervención que, en este caso, es una grave injerencia. Si las creencias religiosas de una niña flojean por leer a Bram Stoker a lo mejor la culpa no la tiene el genial irlandés… y casi prefiero no decir quién la tiene.
Drácula es la típica novela recomendable para enzarzarse en el apasionante mundo de la Literatura. Una obra llena de genialidades, un libro lleno de secretos que, todo aquel que no lo ha leído, cree conocer. Una obra en el límite entre Oriente y Occidente, entre la modernidad y la tradición, entre el realismo y la fantasía. Una lección de narrativa. Y, sobre, todo, el descubrimiento de un personaje apasionante. Al padre en cuestión le vendría muy bien releer (o, seguramente, leer) Drácula. Quzás esa nueva lectura le descubriría que Stoker plantea muchos rasgos mesiánicos y establece muchos paralelismos con la figura de Jesucristo. Pero lo que sucede es que los padres confunden la realidad con la ficción. Ni Nabokov era un pedófilo ni Stoker tenía que ser un apologeta del vampirismo. Y es que, en definitiva, ¿a nadie se le ha ocurrido pensar que se pueden escribir ficciones?
El error, a mi juicio, está en confundir planos: la narrativa de ficción puede contar mentiras llenas de verdades del mismo modo que la historia está llena de ficciones e interpretaciones. Las obras de arte deciden contarnos la verdad profunda de las cosas, que es mucho más rica que la timorata, anecdótica, pacata y mojigata de lo que algunos piensan (mirándose en su reflejo). Y, sí, señores: con este panorama, sucede lo que sucede. Así nos luce el pelo.
(Imagen de Hidrophobica. Leí la noticia gracias a un tuit de @tonisolano.)
Tienes toda la razón, Lourdes. Incluso es más sugerente leer Drácula a escondidas. En un rincón de la casa, casi a oscuras. El mejor momento para leer que es, también, una forma de rebelión.
Seguro que esa niña leerá Drácula a escondidas y la encantará. Mis padres directamente no me dejaban leer nada aparte de los libros de texto, todo lo demás era una pérdida de tiempo para ellos… Pero a lo mejor si me hubieran animado a leer, no hubiera cogido un libro en la vida. Viva la psicología inversa.