Un listado de malas personas ha de ser, necesariamente, personal e intransferible. Aunque podríamos llegar a un acuerdo para catalogar de forma universal a unas cuantas personas malas (casi todas tienen bigote), lo más frecuente es que los listados de esa categoría suelan ser individuales, aunque compartidos, puede, entre algunos familiares, amigos y allegados.
El propósito fundamental de esta entrada no es crear(me) enemigos, puesto que, a buen seguro, las personas a las que voy a calificar de «malas» me tienen también señalado a mí con la mira telescópica del francotirador, sino que mi objetivo, más bien, consiste en registrar de manera más o menos aséptica alguna reflexión y hacer público un catálogo de animadversiones justificadas.
Menos mal que esto es una reflexión a vuela pluma y no tengo que acudir a fuentes bibliográficas para definir el concepto. ¿Qué es ser una mala persona, en qué consiste y qué características tienen las personas malas? Serán respuestas que dejo al imaginario colectivo en el que, más o menos, todos solemos estar de acuerdo.
Pero vayamos al turrón, que siento ya la impaciencia de los lectores.
Tengo que decir que afirmar la maldad absoluta de una persona constituiría una necedad por mi parte. Pienso ahora en unas cuantas personas nefandas y convertirlas en malas en sí mismas las convertiría en mera caricatura. Es normal que tendamos a la brocha gorda, al trazo exagerado de los defectos en las personas que nos caen como el culo, pero hay que reconocer que, a buen seguro y con ejemplos en la mano, alguna cosa buena o alguna virtud pueden tener. Puede ser.
¿Qué personas malas conozco? Muchas. Muchísimas. Es fácil reconocerlas: me han hecho daño o me lo hacen todavía. No califico como plenamente malas a las que (me) lo provocan de forma inconsciente (aunque es bueno vitalizar el pensamiento reflexivo). Me refiero, más bien, a aquellas que se lo piensan y que, probablemente, se relamen en su maldad. O no en su maldad, de la que no son conscientes porque (quién sabe) todo el mundo piensa de sí mismo que es bueno, sino en su deseo de fastidiar al personal en general o a mí en particular.
A todo el que haya llegado hasta aquí, también le parecerá pertinente el que pueda obviar mi «malapersonidad». Es cierto. De hecho, no serán pocos los que están ávidos de estas líneas por lo mala persona que les parezco. Que uno es humano y no de piedra, por lo que arrastra no pocos pensamientos aviesos. Creo que una de las características más típicas de las malas personas es considerarse buenas frente al enemigo, siempre malo. Pero, como son sentimientos recíprocos, la maldad ronda por todas partes, por todos los frentes.
Bueno, que me enrollo. Vamos a ello. Sigamos.
Decía más arriba que conozco a muchas personas malas. Algunas me cayeron mal un tiempo y sigo en ello. Otras me cayeron mal, pero se me ha olvidado por qué. Otras, objetivamente, no me caen nada bien, pero contemplo sus acciones o sus omisiones con unos ojos más amables. En ese listado que voy a hacer público dentro de nada, no sería justo meter a todo el mundo el mismo saco. Otras tenían rasgos de malos-malísimos, pero era solo de cara a la galería. Es posible, incluso, que haya algunos que se creían malos, pero lo fueran en forma de algodón de azúcar.
He tenido que afilar el lapicero para sacar toda mi maldad (hay que ser muy malo y rencoroso para hacer una lista de personas malas), recuperar mi peor yo, regurgitarme de malos recuerdos o despertarme conscientemente de hechos actuales.
Y, puestos a ello, me doy cuenta de que he conocido nada más a una persona con la que he experimentado y deducido consecuentemente solo defectos y ninguna virtud. Era tan mala (hace muchos años que no tengo noticia de ella) que no es que fuese exclusivamente mala conmigo, sino que no vi tampoco ningún rasgo de bondad para ningún otro conviviente/sufriente.
Tuve la mala suerte de coincidir con él en un trabajo anterior, hace ya muchos años. Había prometido nombre y apellidos, pero, como en los periódicos, aunque no le concedo la presunción, le pondré las iniciales: M. D. B. Quizá tampoco se merezca mucho más.
Y ya estaría. Lo demás, es una escala de grises. Y a mí me gusta mirar hacia lo más claro.
Con imagen de Fryless.