Trabajar… esa maravillosa palabra

El principio de Peter

Hoy me han recordado un libro, El principio de Peter, que mi padre tenía en la mesilla como libro de cabecera hace muchísimos años. Medio en serio medio en broma, el autor planteaba una de las claves en la búsqueda de la incompetencia profesional: cuando alguien hacía bien su trabajo, se le promocionaba hacia un puesto alejado de sus dotes laborales convirtiendo a un buen profesional en una persona incompetente. Planteadas las cosas con humor, este libro fue esencial a la hora de valorar la teoría de las competencias en la educación (ahora muy en boga) y en el terreno laboral.

Como me ha hecho gracia recordar ese libro en la mesilla paterna, gastado, subrayado y exprimido, he recordado otros viejos planteamientos que son de gran utilidad para entender la inutilidad de muchas de las cuestiones que nos afectan en nuestras sufridas labores cotidianas. Una de ellas, es de Ley de Parkinson, que se sustenta en tres aseveraciones reales como la vida misma: a) El trabajo crece hasta llenar el tiempo que se dispone para su realización (¡qué bonitas esas madrugadas en la víspera de entrega de trabajos importantes!: yo acabo de entregar uno hace unos minutos); b) los gastos aumentan hasta cubrir los ingresos, y c) El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia (¡cómo me recuerda esto a tardes, tardes, tardes y tardes de reuniones sobre naderías!).

El principio de Dilbert, por su parte, es una variante invertida del de Peter, pues afirma que «las compañías tienden a ascender a sus empleados menos competentes a cargos directivos para limitar la cantidad de daño que son capaces de provocar».

Me gustan estas leyes porque tienen esa consistencia tan sumamente pegada a nuestra realidad que llegan a caer en nuestra experiencia para hacernos más daño que la mismísima manzana de Newton. ¡Empleados del mundo, uníos contra la estulticia de nuestros mandamases en una huelga general (retribuida, por supuesto)! Llenaremos el tiempo con toda nuestra competencia ociosa utilizada al ciento por ciento, con nuestra agenda dedicada a la importancia del beso carnívoro y el abrazo afable, y utilizando todo nuestro tiempo a la inmensa tarea de vivir sin descanso. Y este, aunque hortera, será nuestro himno.

4 comentarios en “Trabajar… esa maravillosa palabra”

  1. Yo he experimentado y sobre todo, he visto cumplirse estas leyes con máxima rigurosidad. Esto no sólo afecta a los puestos de trabajo, lo más cercano a nosotros , si no que también se cumple en otra serie de puestos: políticos, profesores, funcionarios… El mundo está loco loco

  2. En efecto, Bipolar y Manzacosas: real (y triste como la vida misma).

    Bipolar, por cierto, me encanta que hayas sentado "la cabecera".

  3. Hola. Veamos. El principio de Peter es real como la vida misma. Existe. Yo lo aplicaba a los funcionarios y decía que "todo funcionario tiende a llegar a su nivel óptimo de incompetencia",

    Y lo de que el empresario ascendía a quienes estimaba eran peligrosos también es cierto. Incluso se creaban cargos concretos para ellos que luego estaban vacíos de funciones y contenido. El caso era tenerles contentos y controlados. Hoy no tendría aplicación el sistema, pues se les echa sin miramiento alguno y a correr, Un saludo

  4. Hay demasiado ingeniero ocioso y patoso adinerado aplicando organigramas, fases de tiempos y estúpidas estructuras que sirven para que el PB (puesto base) ponga un sello al AC (Alto Cargo), pasando por x, y, z… Verídico

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