Un grupo de investigadores de la Northeastern University en Boston -el resultado de sus pesquisas aparece en Nature– parece que ha llegado a la conclusión de que el movimiento se demuestra llamando… por el móvil (antes se había intentado demostrar por medio del dinerito en forma de billete, pero quizá la cocaína no dejaba ver el bosque). Después de seguir las llamadas y mensajes de unos diez mil ciudadanos armados con un móvil durante seis meses, Marta González, César Hidalgo y Albert-László Barabási postulan unas leyes universales del movimiento para los seres humanos. Y esas leyes universales parecen ser las del aburrimiento y el hábito: desplazamientos hacia el trabajo, el colegio y el hogar chispeados con unas escapaditas de fin de semana y vacaciones. Parece que nos cuesta Dios y ayuda alejarnos de un radio de diez kilómetros.
El hallazgo de estos patrones de conducta no ha sido fácil, porque los seres humanos, hasta ahora, éramos unos animales a los que costaba seguir el rastro, a no ser que tuviéramos cerca un indio arapahoe poniendo la oreja en el suelo y detectando el retumbar de nuestros pasos. Por otra parte, era difícil tener a toda un equipo de investigación del FBI detrás de ti para seguir tus movimientos: para eso tenías que ser un psicópata, sociópata o cualquier otra manifestación derivada de asesino en serie, lo que, a la postre, te conducía a la escasa movilidad del mono naranja y las cadenas hasta las cejas. Pero el móvil, ese aparatejo que nos acompaña a todas partes ha paliado estas carencias. Y pasa lo de siempre, que si somos muy distintos unos de otros, que si yo hago lo que me da la gana… pero todos somos gotitas de agua sospechosamente iguales. Y, en los tiempos de los teléfonos celulares, en la era sin hilos, nuestra vida sigue alejándose de la rutina lo que cable de nuestra costumbre da de sí (es decir, poco).
Estos investigadores, que son la bomba, nos han descrito lo que pasa. Cuando se les pregunta el porqué es cuando advertimos que la ciencia también tiene cable, pero limitado: «Ningún estudio puede responder a esa pregunta», dicen. «Pues qué bien», digo yo. Y, mientras tanto, me voy a dar una vueltecita. Seguro que me alejo de mi entorno todo lo que permita mi teclado. Que es tanto como decir que abarcaré el mundo con las palmas de mis manos.
De lo que no se han percatado estos prestigiosos investigadores, es que la distancia kilométrica a la que se aleja un individuo es proporcional al fajo de billetes que ocupe su bolsillo.