La historia de la noche en que descubrí el miedo

Oscuridad

En la cama, con ocho años y tres muñecas. A la hora en la que la oscuridad es más imperfecta porque se adivinan sombras detrás de las puertas, de los cojines, de los vestidos. Pasados ya los agobios de la soledad. En la cama, pero no tumbada. Erguida, con las piernas encogidas buscando el escorzo de la posición fetal. Sabiendo que ya no es posible la vuelta al origen. Sin miedo a los fantasmas, ni al hombre del saco, ni a brujas montadas en escobas. En la cama, con ocho años y tres muñecas. Muy lejana ya de la habitación de mis padres. A la hora en que el silencio es tan imperfecto que se adivinan retazos de conversaciones, de vecinos y de música en la radio. Con mis ojos abiertos y asustados. Mirando el silencio y escuchando la oscuridad. Con toda mi alma y sin un par de dientes. Queriendo pensar en otras cosas. En el colegio, en los recreos, en una gran fiesta. En la cama, con ocho años y tres muñecas descubrí el miedo. Sabía ya, de una vez por todas, que la muerte acabaría invadiendo mi camino. Y, desde esa noche, me aterra dormir sola. Sin ocho años, sin tres muñecas , con todos mis dientes, pero con el silencio intacto y la oscuridad perfecta.

(Imagen de Laula)

6 comentarios en “La historia de la noche en que descubrí el miedo”

  1. En efecto, Merche, este es el texto de Chipirón Negro del que hablé en una entrada anterior. Y lo he puesto tal y como ella me lo envió y tal como ella me solicitó: sin ninguna mención de autoría. Bipolar, pienso como tú: creo que Chipirón haría un blog extraordinario, pero, leyendo tu comentario me dice: "Me gusta más ser escrita que ser leída. Escribiré sólo si me escriben". Así que ya ves, hija: es muy suya.

    Pedro, estoy de acurdo contigo: uno de ja de dormir con la placidez del adolescente en el mismo momento en el que es padre. De ahí, para todo la vida.

  2. Yo tambien descubrí el miedo de pequeña viviendo con mi amona en el caserio de Gainchurizqueta. Por la noche daba vueltas y vueltas a la cabeza pensando que estabámos una viejecita y yo solas y ¿si nos atacaban, qué ibamos a hacer? Cuando llegaban mis tios, Gerardo y Mercedes, de Barcelona ya me sentía muy aliviada y dormía a pierna suelta. Besotes, M.

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