Hoy, no sé por qué, las palabras caen de sus sentidos. Por primera vez, los vocablos carecen de acepciones. O se mezclan. O desaparecen. Escuchaba por la calle a un amable anciano farfullando la expresión «Soy el rey del mundo» dirigiéndose a un pájaro que, helado de frío, respondió en perfecto hebreo: » Waw«. Así, a secas. Una linda chicuela que se cruzaba en ese momento les reconvino severamente: «Honrosos son los colores de las desdichas», sin darse cuenta de que su novio estaba detrás, a punto de taparle los ojos con las manos para darle una sorpresa de tránsito hacia los párpados fríos. No podía dar crédito a lo que había escuchado, así que cogió inmediatamente el móvil, llamó al 911, olvidándose de que no estaba en una película norteamericana. Una telefonista coreana respondió casi cantando: «Knowledge, Wissenchaft, de aquí en adelante. Apriete tuercas en farolas». Un niño se enredaba con el diábolo y lo lanzaba muy alto, a la basura. Del contenedor saltó el gemido de un falso vagabundo, harto de ser calificado como sin-techo y propaló una profecía: «Esgrimir, dirimir, hervir y resurgir. Círculos de la mugre de dos en dos». Y empezó a amontonarse toda la gente, que portaba en sus bolsos y mochilas las palabras que había olvidado, o los términos que un día pensó y que nunca había dicho. La multitud empezó a agolparse mientras cada uno sacaba las suyas. Decían: «La vida es imposible sin cruzarte en la línea del horizonte de las personas». «Nunca te había dicho que te quiero». «Este mundo es absurdo, pero me gusta». «El latido de mi corazón acompasa tus lágrimas». «Derrotemos a todos los derrotados para parecernos a ellos». «No hables si no estás seguro de que, simultáneamente, puedes ver las estrellas en mitad del día». «Hoy es un día perfecto para morir, para vivir y para ir a merendar al campo».
Irremediablemente, la policía llegó al lugar armada de porras, esposas (e hijos) y buenos deseos. Se olvidó de que el derecho de reunión y de asociación (pero no con banba armada) no había prescrito. Y se llevó a todos ellos en hileras e hileras de furgones hasta la ladera de un monte. En la cumbre estaba Dios, con el principio de los principios, que era la palabra. Pero como no asoció ésta con el Verbo, no se hizo carne. Y se limitó a decir a todos, en mitad de un sol radiante. «Adiós, amigos. Buenas noches».
(Imagen de ::.Lk..::)
me parece seguir viendo una tragedia de lo absurdo que no alcancé a descifrar, no había un pájaro sino tres locos.
Estoy con poco tiempo pero te leo. Besotes, M.
Los pocos reflejos de verdad cantaron el enlace submarino del engalanado mero.