De enemigos, venganzas y platos fríos

Andaba yo pensando el otro día en mis cosas y me di cuenta de algo de lo que no era consciente. Era un cambio importante, sin duda, no buscado, afortunadamente beneficioso. Sin estar nada satisfecho por ello (pero sin darle tampoco la relevancia necesaria), me tenía yo por persona rencorosa y vengativa. Me gustaban dichos del tipo «La venganza es un plato que se sirve frío» o «Si te sientas a la orilla del río el tiempo suficiente, verás pasar a los cadáveres de tus enemigos». O sea, que me decantaba por un rencor paciente y –quizás por eso mismo– más cruel. El conde de Montecristo era para mí un auténtico manual de supervivencia, aunque ser como el conde de Montecristo es algo imposible porque está por encima de lo humano y, por lo tanto, de la humanidad (y, por lo tanto, de la Humanidad). También es cierto que era la mía una venganza más teórica que práctica, porque no recuerdo nunca poner a afilar los cuchillos ni sentarme a ninguna orilla a esperar nada.

No tenía yo previsto tampoco ningún cambio respecto a rencores y venganzas… hasta llegar a la conclusión de la que hablaba al principio: creo que puedo afirmar que he dejado de ser una persona vengativa. Decir esto no significa que me haya pasado al lado del bienestar pleno con el ser humano y sus circunstancias. Me imagino que tendré enemigos. Desde luego, hay personas en este mundo que me caen como el culo. No son muchas, pero alguna hay. La gran diferencia que encuentro es que antes podía reconcomerme estando pendiente de sus actos y omisiones y ahora lo que piensen y lo que hagan me trae –simplemente– sin cuidado. No busco nada que tenga que ver con esas personas. Si puedo, evito cualquier contacto con ellas, cualquier roce. Intento no saber nada de sus vidas porque todo lo suyo no es mío y, por lo tanto, me es totalmente ajeno.

Y, como decía, nada de esto me hace ser mejor ni peor porque no lo he buscado. Los años y muchas más cosas parecen haberme recubierto de una pintura con propiedades muy especiales que hacen que no me resbale nada de lo que me importan para bien y se deslice sin empapar todo lo que no me importa o lo que me importa para mal.

Así que notaba yo el otro día, dando un paseo, que todo me pesaba menos. Qué alivio…

(Imagen de Henar Domine).

 

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