EL ÁNGEL SE LLAMABA ROMÁN

Esta historia comienza el viernes de madrugada, cuando iba a la estación de trenes de Burgos a coger el AVE camino de Madrid. Subo por la escalera mecánica al andén 3 cuando, al poco tiempo, un empleado de RENFE nos comunica a todos los viajeros que estábamos esperando allí que bajásemos, que el tren iba a tardar. Esperamos allí durante unos minutos. Me acerqué a otra de las empleadas, la que estaba a cargo del centro de acceso al andén del AVE. Fue muy amable y considerada (no hay nada de ironía aquí, solo la pura realidad). No me dijo nada concreto, pero me insinuó que la cosa iba para largo y que, si lo necesitaba, fuese a taquilla a realizar un cambio. Yo estaba muy intranquilo porque dependía de la puntualidad del tren para llegar a Barajas para coger un vuelo hacia Londres.

Me acerqué a la taquilla. En la de la derecha, había un hombre atendiendo a una persona que preguntaba por un problema similar al mío. En la derecha, una mujer me atendió. Yo le expuse mi problema. Mientras hacía una gestión, el hombre de la derecha se excusaba diciendo que entendía nuestra preocupación, pero que no podía hacer nada. Yo le dije que no podía entender que, en pleno 2023, un interventor o un maquinista no se pudiesen poner en contacto con nadie y hubiese un tren «perdido» entre Miranda de Ebro y Burgos. Mientras tanto, la mujer, cuando acabó con esa gestión, descolgó el teléfono y habló con alguien. A diferencia del hombre, con hechos, demostró que sí se podía hacer algo. Gracias a su gestión, nos enteramos de que la primera intención era llevarnos en autobús hasta Madrid, pero que la solución definitiva iba a pasar por emplazarnos al tren que salía unos 80 minutos después del AVE. Le dije que eso me hacía perder el vuelo, perder el tren desde Londres hasta Newcastle y todo lo que ello conllevaba.

Y ahí apareció el ángel, que se llamaba Román.

Era la persona que estaba realizando la reclamación en la taquilla de al lado. Me dijo: «Oye, yo voy a tener que ir a Valencia también de manera urgente y tengo la furgoneta. Si quieres, te llevo al aeropuerto». Casi no lo podía creer. Era mi única salvación. Así que salimos al aparcamiento de la estación, nos montamos en su furgoneta y nos pusimos rumbo a Madrid. Román era un tipo encantador, responsable técnico de instalaciones de calefacción y climatización, acostumbrado a viajar y a solucionar problemas día sí y día también. Durante el trayecto, fuimos charlando y tuve muchísimas ocasiones de comprobar su eficacia profesional (el manos libres echaba chispas e iba resolviendo trámite tras trámite sin perder la compostura). Pero Román era un especialista, ante todo, en las relaciones personales. Su calidad humana afloraba en todas sus palabras.

Y yo no podía evitar pensar durante esas dos horas que duró el viaje en lo que estaba significando Román para mí . Lo fácil que hubiese sido pensar solamente en él, tirar para Valencia y volver luego a Aranda de Duero, donde vive, lo antes posible. Pero Román, que está acostumbrado a solucionar problemas y a tratar con personas, clientes y empleados durante todos los días de su vida, ha ido forjando una forma de ser que, sin duda, le venía de cuna. Gracias a él, estuve en Newcastle y estuve dando el taller a 70 profesores de español.

Yo no sé qué puedo hacer por Román. Ojalá la vida me dé una oportunidad de devolverle un poquito del gran favor que me hizo. No tengo furgoneta y casi no tengo palabras. Pero, las pocas que tengo, las dejo de manera muy modesta aquí.

La imagen es de josehzohn.

(70 viajeros tuvimos que sufrir la vergüenza de la enésima vez que el AVE que pasa por Burgos tuviese problemas).

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