En la zona púrpura

Vuelvo a la música, vuelvo a Pet Shop Boys, esta vez colaborando en una canción de Soft Cell: «Purple zone». Me fascina la música electrónica que acelera el corazón con un ritmo marcado y me apasionan esas letras que, al mismo tiempo, invitan a bailar y a pensar.

Como soy daltónico (o, mejor dicho, acromatópsico), los colores poseen para mí un sentido ambiguo y relativo. Pero, en este caso, el púrpura no tiene la pasión del rojo ni la calma del azul. Permanecer en esa zona púrpura es quedarse en medio, lo que equivale a no estar en ningún lado: el paradigma de quien se siente perdido. La incertidumbre vital es el espacio que habitamos muchos. Varados entre la nostalgia y la ilusión, entre la rutina y el deseo extático, con la única certeza de la incertidumbre del futuro.

Y, así, la vida se nos muestra como una repetición mecánica que provoca desconexión, un medio que nos empuja a buscar un refugio de supervivencia: el ser no-siendo. Y, cuando nos movemos, no sabemos a dónde nos lleva el camino; intuimos, más bien, que el paseo se convertirá en laberinto.

Permanecemos en ese deseo hedonista frustrado, en esa existencia llena de vacío, en el crepúsculo de los ídolos y de las ilusiones, que son etapas y vidas. Y el placer se vuelve introspección.

Pero tengamos una cosa clara: fingir, lo que es fingir, siempre: debemos parecer alegres en ese baile perpetuo, retorno eterno y líquido que es la vida. Con todos los focos llenos de luz que, paradójicamente, incrementan nuestras sombras.

(La imagen pertenece a unas imágenes promocionales de la canción).

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