Ya dediqué una entrada de este blog como declaración de principios para esta Nochebuena. Antes de comenzar, empezaré con una duda. No sé cuándo empieza la Nochebuena: ¿cuándo anochece?, ¿cuando se cena?, ¿cuando nos viene en gana? Yo he comenzado mi Nochebuena, arbitrariamente, cuando he salido a correr.
Me ha parecido una buena manera de empezar. Como atestigua el cronómetro (las prendas, obviamente, representan el antes y el después), he corrido poco más de una hora. Y la calma en Fuentes Blancas era absoluta, salvo algunos inoportunos petardos que se oían lejanos. El número de zumbados que pasean por allí a esas horas este día es muy reducido, y todos volvían. En el momento que sigues y se difumina la luz de la última farola, te encuentras a medio camino entre el fin del mundo y la dicha absoluta. En contacto sólo con tus zapatillas, tu respiración y tu corazón.
Quizá a todo el que lea estas entradas dedicadas a la Nochebuena todo esto le suene a salida de pata de banco, a friki absoluto… No sé. Tengo motivos para que no me guste la Navidad. Presentes y pasados. Eso no me ha convertido en el típico gruñón con el discurso antinavideño al uso, ni me gusta ir por ahí desencantando a nadie. Es una historia personal.
Los primeros recuerdos que tengo de la Navidad, cuando era niño, son recuerdos de silencios. Mi padre atravesaba una depresión que duró años y en casa no se podía decir una palabra más alta que otra. Recuerdo como si fuera hoy a mi madre que decía: «Raúl, no hagas ruido, que papá tiene que descansar». Y mis juegos, mis azares y mis ilusiones discurrieron así, en silencio. Eso, probablemente, me convirtió en un lector temprano. Quizá convendría apuntar aquí que no me considero un niño frustrado, ni ninguna otra chorrada parecida. No creo que tenga ningún trauma de infancia o adolescencia que me haya hundido en el abismo. Ni creo que mi personalidad sea debida a explicaciones facilonas de manual. Hoy no tengo ganas de hipervínculos, pero si tecleáis por ahí la palabra resiliencia, quizás entendáis mi manera de ser mucho mejor.
Bueno, lo de mi padre se pasó. Afortunadamente. Y mi infancia siguió discurriendo por su senda normal. Pero un día de abril, cuando tenía doce años, mi hermano (de diecinueve) murió en un accidente durante una travesía de montaña. Se cayó por un precipicio mientras esquiaba. No recuerdo cuánto tiempo estuve con pesadillas, con recuerdos mal asimilados, con un dolor profundo que un niño no puede explicar. Desde entonces, en mi casa las navidades fueron las de una familia rota por el dolor y por el recuerdo. El Vuelve a casa por Navidad de El Almendro se convirtió en la evidencia dolorosa de que la familia ya no será el hilo de nuestro futuro.
Tengo ahora, a dos metros y medio, una fotografía familiar. Y, no sin cierta angustia, noto ausencias obligadas. Mi hermano, que ya sólo aparece al fondo, en una foto. Mi padre, muerto hace menos de un año. Mi madre, con un alzheimer que corroe su memoria: ya no se acuerda de quién, soy y su mirada, cada vez más perdida, señala el vacío. Otras, son ausencias circunstanciales. La vida (y el azar) ponen las cosas en su sitio, aunque sea un sitio equivocado.
Este es el primer capítulo de mis «Cosas que hago esta Nochebuena». Espero seguir con otro. En todo caso, no ha sido una mala manera de empezar.
Tú lo has dicho Raúl, la vida es un laberinto y cada uno sigue un camino sin saber a dónde llegaremos (o bueno sí). Es duro para aquellos que se encuentran demasiados baches en el camino, pero yo creo que siempre hay "una luz al final del túnel" y un mayor grado de resiliencia puede ayudarnos a tirar "pa' lante", aunque no sin las dificultades propias de cada situación.
Para algunos, entre los que afortunadamente me incluyo, el camino es bastante más fácil aunque me temo que los baches vendrán a medida que se siga avanzando.
Poco más que decir. A seguir pasando estas vacaciones de la mejor manera posible. Un saludo
Gracias, Blogófago, Pedro y Bernardo. Tras la tempestad, llega la calma. Y el azar dirá, pero yo voy a intentar ayudarle para que me diga lo que yo quiera oír.
Independientemente de lo que la vida depare, ya sea duro o angustioso, bueno o agradable, la cuestion es seguir adelante mirando atras lo justo y necesario(en mi caso prefiero no mirar) pues es lo unico importante con lo cual si no cumples puedes irte olvidado de varias oportunidades o todas de ser "feliz" . Lo que vemos es lo que nosotros creamos, creer en la suerte no justifica nada, solo es un medio para justificar una derrota o una rendicion(que "pal" caso…).
No soi mu deboto de estas fechas y festividades pero como se suele decir:
¡¡¡FELIZ NAVIDAD, Y PROSPERO AÑO NUEVO!!!
PD: y ya que estamos regala algun aprobado XD
La vida y el azar: el azar. Toda la vida es incierta. A veces, un abrazo.
Un abrazo, Raúl, fuerte.
Y gracias por la palabra (resiliencia).
Esta vida es duy dura….y parece que algunos dias nos empeñamos en hacer mas empinada la subida.
No se que mas decir Raul….lo siento.