Las virtudes del pecado

Mont Saint-Michel

Me gusta la clasificación tradicional de los pecados y las virtudes. Obviamente, no me introduzco en vericuetos religiosos, sino en el sendero de lo antropológico. Pecados y virtudes no son sino manifestaciones simbólicas del haz y del envés, del yin y el yang: una búsqueda de la armonía universal dispuesta en opuestos inalcanzables y, por ende, formas muy plásticas de reflejarnos como lo que somos y lo que deseamos, de lo que tememos y de lo que queremos ser. Lo mismo que decimos que no hay derecho sin deber, no hay pecado sin virtud (y viceversa). Ambos son un marco de referencia sobre el que nos situamos ante la realidad, tanto para acogerla como para rechazarla, tanto para excedernos como para contenernos.

Me gustan los pecados y las virtudes porque me gustan los símbolos. Y a todos nos apetece, de vez en cuando, darnos un paseo por el Infierno de la Divina Comedia o por el asesinato cruel, premeditado y artístico de Se7en o El jardín de las delicias del Bosco, de la misma manera que nos gusta aproximarnos a las películas de Frank Capra para deleitarnos en las bondades del ser humano (¡quiero vivir doscientos años para ver cuatrocientas veces Caballero sin espada!).

Me gustan los números y su simbología. Lo mismo te sirven para construir una catedral gótica que un laberinto o un cuento infantil. De entre ellos, tienen un notorio rendimiento interpretativo el tres, el cuatro y la suma y la multiplicación de estos (el 7 y el 12). Lo perfecto del tres, lo terrenal del cuatro y sus combinaciones. Lo que yo decía nada más empezar: la mezcla de pecado y virtud. Desde luego, la lista que sigue no tiene un ápice de irreverente (por aquello de la mezcla): buscad en el poso de los recuerdos y tendréis a los Tres Cerditos junto a Ricitos de Oro con los Tres Ositos o (ni más ni menos) el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; a los Cuatro Evangelistas, junto a los Cuatro Puntos Cardinales o los Cuatro Jinetes del Apocalipsis o las Cuatro Estaciones; a los Siete Enanitos de Blancanieves junto a los Siete Días de la Semana, al cómputo bíblico de las Setenta Veces Siete, El Séptimo Sello o Las Siete Novias y Los Siete Hermanos; a los Doce Meses junto con las Doce Plagas de Egipto, las Doce Tribus de Israel, los Doce Miembros del Jurado (con o sin piedad) o los Doce Apóstoles.

Siete virtudes, que son cuatro (cardinales), instituidas por Platón -prudencia, justicia, fortaleza y templanza- y tres (teologales) – fe, esperanza y caridad- para siete pecados capitales -lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia-. Un orbe simbólico equilibrado y perfecto. Yo soy muy de cuadricular las cosas, así que el aumento de la nómina de los pecados a otros siete pecados (pecados sociales) que ha explicado el arzobispo Gianfranco Girotti no me gusta ni un pelo, porque el catorce no es ni número mágico ni nada que se le parezca (bueno, sí: se parece al número complementario que suele salir en la lotería Primitiva). Y porque, como decía antes, no hay derecho sin deber: yo quiero siete virtudes sociales, porque me gusta ser bueno. Como decía mi padre: «Yo, antes, era vanidoso. Pero me curé… y ahora soy perfecto».

6 comentarios en “Las virtudes del pecado”

  1. Si ya hay quien lo dijo, y otros lo volvieron a repetir: "no me levanto ni me acuesto día sin que cien veces malo no haya sido".

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